En tiempos difíciles se forjan hombres más fuertes. Por eso al acabar un año malo y comenzar otro parecido, me complace creer que cuando los días pasen no solo saldos negativos nos habrá cobrado la COVID-19. En este año de pandemia, el virus también ha traído algo bueno.
Ante la urgencia sanitaria y el riesgo para la vida, el mundo reafirmó la valía de los cubanos en aquel lejano marzo, en otra encomienda a la solidaridad. Fueron los días en que devolvimos la esperanza a los viajeros del crucero británico MS Braemar y admiramos la nobleza en el corazón de nuestros galenos, cuando enfrentaron al monstruo en Lombardía y lo dejaron desvalido.
Mientras, en la casa grande, envolvimos buenos presagios que viajaron hasta ellos con el sonido de los aplausos.Y en esta cadena de buenas acciones, los más entendidos desempolvaron atuendos y cosieron nasobucos para regalarlos por el barrio, las mismas prendas que meses después han quedado entre la gente, para redescubrir el lenguaje de los ojos y preservar la intimidad de los labios.
Así, llegó por primera vez el confinamiento y el llamado de un presidente a crecernos ante las vicisitudes, como única salida de vivir y vencer. Sin darnos cuenta, por varios meses Cuba entera fue una sola familia frente al televisor, para conocer los detalles de cada nuevo contagio.
Los hogares se transformaron en disímiles escenarios: oficinas, salones de clases, áreas de juego… La creatividad se adueñó de casa, y la distancia entre los seres queridos fue menos aguda, gracias al calor de las redes sociales.
Entretanto, la biotecnología cubana escribió otra página de gloria: la mayor de las Antillas se ubicó en tiempo récord, pese a sanciones imperiales, en el primer país de América Latina y el Caribe en tener un candidato vacunal contra la enfermedad, en fase de ensayos clínicos.
Suman cuatro los aspirantes, cifra aparentemente imposible para un país bloqueado, pero justa ante la capacidad de hombres y mujeres que llevan a Cuba y su ciencia en el alma.
Con la misma abnegación, en medio de la adversidad, hemos visto a muchos jóvenes entregarse a la zona roja, para cuidar incluso a quienes no obraron a favor de la vida y dejaron entrar al virus.
Han sufrido en el Occidente cuando en el Oriente la tercera oleada arremetió con más fuerzas. Han llorado en todo el archipiélago cada cubano que no se salvó de la debacle.
Igualmente usted puede creer que son más las miradas negativas en esta etapa de COVID-19, pero de esas estamos hartos. En estos días malos, prefiero lo bueno, destacar la virtud de aferrarnos juntos al mayor de los propósitos: salvaguardar la vida.