Silencio. Solo le acompaña el sonido casi imperceptible de la radio desde un rincón del estudio. Se escuchan los golpes leves del pincel sobre el lienzo y otra vez sobre la paleta empapada de colores. Se escucha también el ajetreo de las aguas de la laguna, el ronroneo de los gorriones en sus nidos, el viento contra las ramas de los árboles. Todo conforma un sonido sordo, atractivo, que inspira.
Es el amanecer de un día cualquiera. Las luces del Sol se asoman tras las montañas. La inmensa vidriera expone un caserío casi idéntico, colorido, un puente a lo lejos. El agua cristalina refleja el verde que predomina en todo el paisaje. Sería una fotografía perfecta, pero Lester Campa prefiere convertirlo en arte a través de la pintura.
Acostumbra a levantarse temprano, cumplir con algunas rutinas del hogar y burlar las distancias, los pocos centímetros de la puerta que limitan su casa del estudio. Esta es zona de paz, de intimidad, de creación. Las paredes repletas de pinturas. Mesas repletas de pinturas. Un lienzo repleto de pinturas; en más de dos metros están perfectamente colocados los trazos, los colores, las líneas y las sombras hasta conformar una guitarra, mitad montañas, árboles, casas, ríos y mitad reflejo.
Casi veinte días dedicados a esta pieza aún sin terminar. Una luz dorada invernal reflejada en la laguna le regaló la imagen. Luego, más de veinte o treinta bocetos hasta conformar la definitiva y decidirse llevarla al lienzo.


No pensaba aquel niño de nueve años que sus dibujos en cada espacio en blanco de las libretas y libros llegaran algún día al gran formato y a la gran obra que tiene delante. Pero hay tras eso tres años de estudio en la Escuela Vocacional de Arte de Pinar del Río y cuatro en la Escuela Nacional de Arte.
“Al principio no tenía como fin transmitir ideas a través de la naturaleza. Era más bien un placer de contacto con ella, de expresión, de querer tomarla y poseerla para llevarla al lienzo como una admiración por la belleza. Luego desarrollo más, no quería quedarme en ese plano hedonista. Entonces, empiezo a diferenciar ese otro arte, con otros conceptos, que permiten unir y combinar los elementos de la naturaleza para expresar ideas a partir de lo grande, que para mí, es también —precisamente— lo más cercano al ser humano.”
Más de la mitad de sus cinco décadas de vida las ha dedicado al arte. Exposiciones y clases magistrales impartidas dentro y fuera de Cuba. Disímiles piezas. Veintitantas dedicadas a la comunidad artemiseña Las Terrazas, donde creció, donde vive y donde se inspira.
Con la mano derecha sostiene el pincel. Dibuja con tanta sutileza sobre el lienzo que no se distingue a penas cómo logra tantos detalles en tan solo segundos. El otro brazo en un ligero arco hacia atrás. Esconde la paleta tras su espalda. Se inclina. Dibuja. Da un paso atrás y observa detenido. Dibuja.
“Cualquiera puede pensar que como trabajo en esta visualidad con la naturaleza, el paisaje, no soy capaz de hacer otras cosas, sin embargo a la par de estos trabajos realizo otras obras que no expongo, que son totalmente opuestas en conceptos y formas, pero las realizo por placer personal de reafirmación, pues me hacen retornar al punto de partida”.
Lester Campa no pinta muchas obras al año. “Trabajo en varias cosas al mismo tiempo, pero cuando realizo una obra de este tipo es porque algo importante ha pasado en mí, que me hace volver a la naturaleza e incorporarla en mi visualidad”.
El atardecer y la noche también pudieran inspirarle. Pero el “silencio” que le murmuran los gorriones, las aguas y las ramas de los árboles, combinado con la luz del Sol tras las montañas y el reflejo sobre las aguas cristalinas de la laguna, son lo que, sobre todo, inspiran a este artista contemporáneo a crear y lograr una perfecta combinación de silencios, colores, amaneceres y vida.