La frase bien pudiera servir para resaltar la historia de hombres y mujeres cuya rutina se reinventa a diario, en un escenario permeado por la COVID-19; y estas líneas, para reflexionar sobre la responsabilidad colectiva, cuando el cumplimiento del deber lleva en sí salvaguardar vidas, un municipio, una provincia, un país.
Con la confirmación cada día de un elevado número de contagios, y atendiendo a la situación epidemiológica en cada provincia, aparecieron los puntos de control en los accesos viales limítrofes entre territorios. El Gobierno de Artemisa también implementa semejante estrategia frente a la sostenida actualidad sanitaria.
Esta acción de resultados probados a lo largo y ancho del archipiélago, busca impedir la circulación libre de personas y establecer un oportuno control sanitario y epidemiológico, para frenar la propagación de la pandemia. Es usual en estos puntos encontrar de manera constante al personal de Salud, representantes del Ministerio del Interior (Minint) y del grupo de inspección de Transporte.
De 7:00 a.m. a 7:00 p.m. cada uno de estos actores en sus roles hace una evaluación clínica in situ de los viajeros, y solicitan las licencias de conducción o permisos para circular, mientras velan por hacer cumplir lo establecido en la ley algo que parece sencillo, pero no lo es.
A estas “alturas del campeonato” contra la COVID-19, cuando se supone tengamos más experiencia sobre el funcionamiento correcto de estos puntos de contención, aún afloran irregularidades que los hacen vulnerables.
Resulta inadmisible llegar al lugar y encontrar solamente al agente del Minint, porque nunca llegó quien debía relevar al voluntario de la Cruz Roja, o fue preciso que el representante de Transporte fuera trasladado hacia una zona de mayor afluencia.
Además, bien merecen la garantía de condiciones elementales quienes intentan frenar el virus 24 horas al día. Solo las carpas blancas no bastan; son insuficientes ante la fatiga causada por el Sol bravío o las bajas temperaturas que calan hondo en las noches largas.
En cambio, agradecemos la voluntad del buen vecino en el caserío más cercano, por colar el café y rellenar los envases con agua fresca. Es un gesto hermoso, de gratitud y compromiso.
Entretanto, ciertos vehículos estatales circulan por el atajo y burlan los límites establecidos, como si ya no fuera muy grave circular sin un permiso para hacerlo.
Durante más de un año de COVID-19, conocemos de sobra las acciones del Estado cubano para el bienestar de su gente, que inciden en la economía nacional. Sin embargo, ni el tiempo ni los estragos pueden ser motivo para cejar en el propósito. Lo de “más va le prevenir que lamentar” duplica su sentido allí, donde se erigen los controles sanitarios y hombres y mujeres se atreven a plantarle cara al virus. Atender a este grupo de valientes señala un desafío para cada sector implicado en algo tan ineludible como cuidar al cuidador.