Lágrimas sinceras también dicen más que mil palabras. Cortan como dagas. Se pegan como virus. Y el llanto de muchos suele ser desgarrador, pero a la par poderoso. Quizás fue Fidel quien mejor lo expresó: “cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”.
Cuba bien sabe de lágrimas, aunque no anda por ahí de llorica ni nada semejante. Es el dolor transformado en rabia. Es el rencor eterno a quien la ataca. Son los hijos arrancados por el odio absurdo de quienes desprecian la vida. Balas en el pecho que nos matan una y otra vez… y no terminan nunca de matar.
Cuando los ejércitos asesinaban en nombre de Dios, España quemó al indio Hatuey; luego fusiló en nombre de la corona. Y al inicio del siglo XX, cuando los yanquis nos regalaron un presidente de su agrado, refrendaron el crimen contra quienes no soportaban la explotación de sus lacayos.
Pero triunfó el decoro hecho Revolución. Y entonces financiaron a los asesinos de guajiros y niños, a viles bandidos que solo quien no conoce nada de nuestra historia calificaría de heroicos luchadores.
El 6 de octubre de 1976 incluso perdieron cualquier nexo con la razón. Hicieron explotar en pleno vuelo un avión cubano cargado de ilusiones: deportistas que ganaron promisorias medallas e iban por más. Ese día frente a las costas de Barbados cayeron al mar 73 sueños y la alegría de decenas de hogares.
Las imágenes estremecen como al instante de la noticia. Un padre besa el ataúd adornado con la bandera. Madres, esposas y hermanas lloran preguntas sin respuesta. Cada uno de los 73 rostros condena con la mirada.
¡Cuánto acierta El Gallo de LCB2: La otra guerra, cuando arenga a la tropa! “Muérdanse el sufrimiento y lloren pa’ dentro, carijo. Afuera me dejan namá la rabia, una rabia larga, gallitos, porque una corta no me sirve; una rabia muy grande, pa’ partirle la vida a esos hijoeputas”.
Es uno de los motivos por los que la serie televisiva ha calado tanto: por sincera. El pasado no miente; esos son los hechos, pero no pueden salir de un libro de Historia, sino de los sentimientos de la gente.
Crímenes tan atroces como los cometidos contra este pueblo siguen despertando rabia y dolor. Cada inquilino de la Casa Blanca asume el papel de gendarme planetario, ese liderazgo mundial que creen merecer y otorgarles el derecho de intervenir en todas partes de cualquier manera.
Más temible que el terrorismo que dicen combatir es el terrorismo de estado, ese capaz de intentar un magnicidio, patrocinar el asesinato de un alfabetizador o promover el genocidio de una nación entera.
Pero su poder no nos amilana. Las lágrimas de hoy ruedan en memoria de lo que no podemos olvidar, en homenaje a los mártires; llevan la sal de la amargura y la fuerza del encono. Harían bien los maestros en las escuelas en contar a las nuevas generaciones sobre tanta vileza, sin ataduras de fechas ni nombres de héroes, solo con la emoción apretando por dentro.