“¿Qué quieres ser cuando seas grande?”- preguntó una de las personas en la Sala para empatizar con la pequeña. Julia miró temerosa a su alrededor. Calló. Sollozó. Lloró. Contó. Volvió a llorar y sus ojos nunca más fueron iguales: les habían apagado la luz chispeante de su mirada.
Era la pequeña rosa de la casa. La guardaban bajo un cristal que un mal día fue apedreado. Sus pétalos se marchitaron y rodaron al suelo como las lágrimas de sus ojos. Junto con aquella cúpula transparente, hecha añicos, la confianza se resquebrajó para siempre. María nunca más pudo confiarle su hija de ocho años a alguien.
“Solo la imagen me remueve el alma. Fueron dos veces. La primera lo amenazó con contarlo y él desistió, pero la segunda fue la definitiva. La desvistió y le tocó todo su cuerpo. ¿Cómo pude estar con alguien así sin saberlo?”, cuenta María destrozada y totalmente desconcertada.
Declaraciones, psicólogos, juicios y tribunales terminaron con una pesadilla que recién comenzaba, aunque el depredador ya estaba en una jaula. Su pequeña sufrió abuso lascivo por parte de un querido padrastro. Inesperado, pero cierto.
Ángeles caídos
Según un estudio presentado en el III Simposio de violencia de género, prostitución, turismo sexual y trata de personas por el investigador y jurista cubano Lázaro Enrique Ramos, solo es denunciado uno de cada cuatro casos de violencia sexual en Cuba. ¿Qué significa? Simplemente que el tema constituye un tabú, y lacera la dignidad de la persona.
Hablar de crímenes hacia menores de edad resulta doloroso. Saber estadísticas compone un malestar superior, porque detrás de cada número hay una víctima que, quizás, todavía despierta sobresaltada a medianoche con desvelos.
Hace dos años el abuso lascivo contra menores de 16 años resulta un delito creciente en la provincia Artemisa. Las cifras lo demuestran y la posicionan entre las más vulnerables del país.
Según datos ofrecidos por el Tribunal Provincial de Artemisa, en 2018 llegaron a los tribunales 23 casos bajo este apartado; el año siguiente, la cifra creció al doble. Sufrible, lamentable, pero los hechos demuestran la realidad imperante.
“A esas personas las ves por las calles, y eres incapaz de pensar que cometerían un acto así. Generalmente, es su primera vez en un tribunal y las investigaciones en el barrio lo elevan como un individuo intachable. Sin embargo, son pocos los casos desestimados o en que el presunto autor queda absuelto”, explica Ismaray Hinojosa Pérez, presidenta de la Sala Penal del Tribunal Provincial.
“Cuando se ejecuta este delito, usualmente se incurre en otros contra el normal desarrollo del menor y en la corrupción de menores.
“En el territorio, los casos atendidos en los últimos años han sido cometidos por hombres, entre los 30 y 40 de edad sin antecedentes penales; las condenas oscilan, de acuerdo con la gravedad y alevosía del hecho, entre los cuatro y hasta ocho años de privación de libertad”.
Duele, sobre todo las niñas abusadas por más de una persona, pues fueron 50 las personas juzgadas. Pesa sobre los hombros de quienes guardan responsabilidades paternales, pero a quienes más afecta es a las menores. Sí, en femenino, son las niñas las más expuestas a este delito (al menos en nuestra provincia), aunque en las estadísticas también figuran varones.
“La mayoría de los casos ocurren dentro del seno familiar o en su entorno más próximo: un vecino o amigo de la familia, padrastros o incluso padres. Casi siempre se trata de personas conocedoras de la menor, que luego suelen amenazarlas sobre las consecuencias de revelar el secreto.

“Hay niñas muy apegadas al autor del hecho; eso les provoca un silencio cerrado irrompible, pues quedan más traumadas. En otras ocasiones el autor las amenaza o les compensa el acto con un juguete o ropa nueva, como una forma de corromper al menor y obtener, a cambio de un obsequio, lo deseado”.
Son delitos en soledad; por tanto, se intensifica la labor del tribunal en atar cabos para tomar acciones sobre los victimarios. “Las circunstancias para indagar son diferentes: solo si fuera oportuno se exploran en la Sala; de lo contrario, se crea el ambiente adecuado para generar confianza a las pequeñas y no ocasionarles más daños”.
Mirada desgarrada
Los problemas entre adultos laceran la vida de un niño. Buena parte de estos delitos acontecen en familias disfuncionales. “Hemos tenido que enviar al infante a un hogar de niños sin amparo familiar durante un tiempo, porque se ha demostrado la irresponsabilidad de los padres, quienes — por descuido o desatención — muchas veces han dado espacio al hecho”, cuenta Hinojosa Pérez.

“El sistema de justicia otorga una especial protección para las personas que no alcanzan la edad adulta. En el caso de estas víctimas, se busca la manera de acompañarlas en todo el proceso, sin perjudicar más al menor”, explicó.
“Estos delitos tronchan la infancia, enrarecen el ambiente de crecimiento y distorsionan la manera de ver la sexualidad, con consecuencias nocivas para ellos y la comunidad que les rodea. La mayoría retardan sus procesos de aprendizaje y, al crecer, generan violencia hasta convertirse en victimarios”, cuenta Ismaray y corta la respiración: ha visto a víctimas regresar como victimarios a la Sala Penal.
El trauma generado por un evento como este corroe más allá de los pequeños. “La familia nunca vuelve a ser igual. Después de un evento así, lo más importante son las terapias para integrar al menor y sacarlo del susto, pues la vida no se acaba, incluso después de un evento como este”, afirma la psicóloga artemiseña Carelis Conde.
De acuerdo con Hinojosa Pérez, “la investigación de un delito de este tipo florece como un proceso integrador. No solo depende de la Fiscalía y el Tribunal, sino también del departamento de menores del Ministerio del Interior, e influye mucho la escuela. “Hay muchísimos casos denunciados por los maestros, pues a raíz del evento muchas cosas cambian en los niños y, por el vínculo mantenido con los profesores, se sienten en confianza para contarlo”, comenta Ismaray.
Y después ¿qué?
No vale la pena buscar culpables más allá del hogar ni regalarles juguetes tras un hecho como este. Tampoco interesan más besos y abrazos.
Se trata de cuidar, de educar, enseñar, de vigilar y estar alertas. Los menores de edad carecen de la percepción que pudieran tener los adultos; es responsabilidad de los mayores cuidarlos con alma y piel, para no convertirlos en estadísticas fiscales y de psicólogos.
En 2020, el número de denuncias radicadas ha sido menor, no porque haya menos viciados, sino porque — quizás — el confinamiento ha permitido a los padres estar más pendientes de los pequeños.
Ahora Julia juega, estudia, grita, observa, se abstrae a ratos. Ya no aprende igual. No bastan muchos años de cárcel para sanar, cuando te arrancan la inocencia, cuando te roban los sueños y te deshacen el alma.
Nunca más sus padres la han mirado igual, incluso entre ellos tampoco se miran igual. El abuso lascivo deja las mismas huellas que una violación; al final, solo lo separan el acto de penetrar, pero ambos generan altos niveles de violencia. Sin embargo, la vida sigue y otros sueños buenos llenan de luz el camino.
Ella tuvo la suerte de, legalmente, cerrar ese horroroso capítulo. Otras tres menores aguardan en silencio por miedo, vergüenza o culpa; ella se sentía pequeña también… y habló.
Luego de varios días de investigaciones, cuando la pequeña pudo responder a quienes le preguntaron “¿qué quieres ser cuando seas grande?”, se les quedó mirando y les dijo: “Voy a ser jueza, porque seguro hay muchas Julias en Cuba”.

*Basado en una historia real. Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de las víctimas