Para quien la hace producir, trabajar la tierra es como cualquier otro oficio: “te levantas temprano y emprendes la faena, sin pensar siquiera en las horas que tiene cada jornada”, asegura Nilda Castillo, quien lleva 35 años viendo salir los primeros rayos del Sol… desde el surco.
Comparte semejante empeño con su esposo, José Manuel Ortiz, desde una de las más de 50 fincas de la Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC) Nueve de Abril, en San Antonio de los Baños.
Admiro y a la vez me sobrecogen su piel curtida por el rojo del suelo, que se mezcla con el sudor y se impregna en los poros, las mejillas tostadas que suben el tono de su tez, y esas manos que no puede cubrir con guantes para proteger del fango, porque obstaculizan la siembra y pueden quebrar las posturas de tomate.
A un par de kilómetros, Rafael Rendón, Carlos Reloba y Diógenes Martínez cosechan frutabomba e intercalan plátano con habichuela, quimbombó y tomate, cultivos de ciclo corto que enriquecen la campaña de invierno.
La bacteria que provocó el cambio
Más de 1 400 hectáreas cultivables tiene la Nueve de Abril, la mayoría las dedicaba a la producción de cítricos.
“Un día despertamos con la sensación de estar perdiendo las plantaciones; las matas se secaban y los campos quedaban en estado deplorable. Era la llegada de la huanglongbing o “dragón amarillo”, una bacteria que devastó campos enteros en todo el mundo, y nosotros no fuimos la excepción”, explica Yosvel González, presidente de la UBPC.
“Tuvimos que buscar alternativas para paliar la crisis; evidentemente, comenzaba a afectar la economía de la entidad y los salarios de los trabajadores.
“Entonces, diversificamos las producciones con otras frutas como guayaba y mango, aguacate, cultivos varios, hortalizas y vegetales… Claro está, no podemos olvidar que estamos en el mismo corazón de la Cuenca Hidrográfica Ariguanabo; por eso resulta tan necesario fomentar la siembra en secano.
“Hemos ampliado los convenios contractuales con la Empresa Cítricos Ceiba, de la cual precisamos equipamiento y maquinaria, como tractores para roturar la tierra, pues tenemos un lote deprimido por falta de piezas de repuesto.
“También con ellos y la Empresa Agropecuaria de San Antonio, pactamos las principales vías para la comercialización, que ha sido nuestro principal problema, porque cultivos como el mango (más de 400 toneladas anuales) se pierden a veces al llegar el período pico. Este año, por vez primera se pudo aprovechar casi todo.”
Desde la Granja Urbana, soñar despiertos
Andrés, Daniel y Gonzalo (Hernández Sánchez) mantienen relucientes los 60 canteros del organopónico Los tres hermanos. Como otros en San Antonio, igual enfrentan dificultades para regar las plantas, principalmente ahora, cuando entregaron al sector residencial uno de los transformadores que alimentaba de energía la bomba de agua.
Mediante pequeñas regaderas, humedecen el suelo donde crecen cebollino, quimbombó, zanahoria y habichuela. “Y estos canteros —muestra Andrés— ya están listos para recibir acelga, col china, coliflor, brócoli, tomate y ajo que hoy comenzamos a sembrar”.
Detrás hay un pedazo de tierra roturada que plantarán de frijoles, y a la entrada, un punto de venta para el expendio de mercancía fresca, acabadita de recolectar.
A escasos metros de los hermanos Hernández Sánchez, Guillermo Reyes cuida con esmero de la Casa de Posturas: 86 bandejas aéreas rellenas con abono orgánico, que funcionan como semillero; cada una es capaz de aportar 247 posturas saludables, y sus atenciones, incluido el raleo o técnica de selección, lo hacen tres mujeres y un hombre.
Al cruzar la senda, hallamos al novato en labores agrícolas Alexis Manso y a un colega de emprendimientos, quienes tratan de rescatar el esplendor del vivero semiprotegido.
Mucho trabajo les queda por delante, sobre todo porque están comprometidos con otro pedazo de tierra en calidad de usufructo, donde pretenden sembrar de forma experimental 25 variedades de frijol común y dos de caupí, para multiplicar semillas y garantizar estas legumbres durante todo el año.
El Kikirikí canta en tiempos difíciles
“A falta de envase adecuado hemos buscado alternativas”, comenta Roberto González Nodarse, responsable de la minindustria El Kikirikí, en las afueras de San Antonio, justo en la carretera que enlaza al municipio con Santiago de las Vegas.
Ellos procesan y venden en diferentes formatos vegetales encurtidos, salsa condimentada, vinagre, jugo de limón, mermeladas y otros productos, en dependencia de la materia prima que reciban de los productores y la Granja Urbana.
Lo maravilloso de este colectivo es su disposición de hacer, aun cuando carecen de equipos necesarios.
El olor a leña quemada delató la existencia de una caldera, a fuego vivo, donde José Cruz y Luis Morales cocinan los plátanos burros que utilizan para elaborar harina, una inventiva para la Cadena del Pan, con la cual ayudan a paliar el déficit de este producto.
Todo es manual. Gladys Calzadilla no deja de revolver el tanque con una larga paleta de madera. Y el aroma de los condimentos penetra hasta una pequeña oficina al fondo de la instalación.