Estas líneas ni siquiera podrán ser un resumen apretado de cuánto le aportó a Cuba, a América y al mundo, el accionar de Antonio Núñez Jiménez. Cuanto más, son el deber de quien escribe frente al legado de un espíritu innovador, tan agradecido en estos tiempos.
“Hombre de voluntad férrea que le permitió soñar siempre con horizontes que se hacían cada vez más distantes, sueños cada vez mayores”, así lo calificó en una ocasión el Doctor Eusebio Leal Spengler cuando evocara no solo al científico, geógrafo, arqueólogo y espeleólogo cubano, sino también al amigo del alma.
No solo le debemos la pericia de la expedición En Canoa del Amazonas al Caribe, sino su fe siempre inquebrantable en Cuba, en la ciencia y en el hombre.
Su energía apasionada e imperecedera lo llevó en sus años más maduros a crear la Fundación de la Naturaleza y el Hombre, institución cultural y científica que hasta hoy persiste en la protección y desarrollo del ambiente, en su relación con la cultura, la ciencia y la sociedad.
Como “cuarto descubridor de Cuba”, conocedor en detalle de cada rincón de esta pequeña porción de tierra en el Mar Caribe, Núñez Jiménez se sitúa a la altura de Cristóbal Colón, Alejandro de Humboldt y Fernando Ortiz.
Es el Padre de la Espeleología Cubana, primer presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, presidente fundador de la Federación Espeleológica de América Latina y el Caribe, y de diversas sociedades científicas nacionales e internacionales.
Autor de más de un centenar de libros y folletos, de otros mil artículos y documentales para el cine, no solo se dedicó por completo al estudio del archipiélago cubano, sino al de otras regiones y civilizaciones, fuera de la frontera nacional.
Supo equilibrar una vida inquieta con la responsabilidad de ser buen padre y esposo, con su admiración y lealtad plena a Fidel, a Raúl y a la Revolución.
Cada hallazgo suyo es un aporte fundamental a la historia de Cuba, lectura de inigualable utilidad a las jóvenes generaciones.
Su cercanía a los campos lo puso frente a los problemas del ser humano en la Cuba antes de 1959, aliciente para luchar por un mundo mejor.
Cuentan los más allegados que fueron el optimismo y la alegría de vivir sus más fieles compañeros; solo razones bien fundadas debían existir para verlo alguna vez ensombrecido.
Alquizareño de cuna, vio la luz un día de abril de 1923. Su casa natal, en avenida 89, No. 9201, lleva por fuera la insignia tallada en el bronce frío, pero más cálido es el sol que ilumina siempre el rostro de los seres buenos, orgullo siempre de la tierra que lo vio nacer.
Al recordarle este 13 de septiembre, tras un año más de su desaparición física, obremos para que “vuelvan a nacer en Alquízar, o en cualquier rincón de Cuba, personas que tengan la estatura moral, espiritual y el valor personal” de quien fuera en vida capaz de crear, fundar y soñar.
Por ELSI JIMÉNEZ REYNOSO