Togo es una nación del África subsahariana, ubicada en la zona intertropical. Mucho depende de la agricultura. Su población casi alcanza los ocho millones de habitantes y como la mayoría de los países, ha sido atacado por el Sars-Cov-2, causante de la COVID-19.
Hasta esa república llegaron en abril integrantes de la brigada médica Henry Reeve, para frenar el impacto de la pandemia y devolver la paz a corazones desesperados, que en poco tiempo notaron en la medicina cubana el abrazo de todo un pueblo.
Nuestra solidaridad aterrizaba por primera vez en aquellas tierras. Por si no bastara, el orgullo también lo hacía: la guanajayense Leydis Tamara López Zayas, única artemiseña del contingente, formaba parte como enfermera intensivista.
Tras el regreso a la Patria, optimista, alegre, amable…, quisimos conocer cómo fueron sus días. Esta no fue similar a ninguna de sus misiones anteriores, sino una fuerte lucha entre la vida y la muerte.
¿Cómo recibió la familia la noticia de una misión en medio de la pandemia?
“Pocos serían capaces de comprender el nudo que se hace en la garganta, cuando recibes una noticia así y luego debes darla. Mi gente estaba muy asustada; era la primera vez en este tipo de misión.
“Sentíamos miedo, no te puedo engañar. Pero tenía que ir, porque al graduarnos debemos estar listos para ‘brindar Salud en el mundo entero’. Me sobrepuse a mis propios miedos y dejé atrás la casa, para asumir el llamado de Cuba, históricamente solidaria”.
Cada país tiene su protocolo sanitario. ¿Fue complejo trabajar en equipo?
“Lo fue. Hubo muchos casos positivos a la COVID. Los pacientes en el área roja solo querían atenderse con los cubanos pues, los togoleses tenían implementado un sistema de atención a distancia.
“Los ingresados tenían un timbre: cuando se sentían mal o necesitaban atenciones lo tocaban y, de afuera, sin contacto, el médico les preguntaba qué tenían o querían. Ellos vigilaban, pero jamás se acercaban, cuestión necesaria para la evolución clínica y hasta emocional de quienes atraviesan por este tipo de situación.
“Al principio tuvimos que adaptarnos a su trabajo. Después fuimos discutiendo los casos, y se nos autorizó a entrar a la zona roja; ya llevábamos la experiencia de Cuba, el peor riesgo era no cuidarnos. Pasado ese pequeño período, nos dijeron que el hospital era nuestro (sonríe). Comenzamos a proponer protocolos, nuevas maneras de hacer, y demostramos que era factible acercarnos.
“Siempre íbamos juntos a las salsas; sin embargo, cuando nos veían entrar, los togoleses gritaban: ‘¡Cuba… cubanos, cubanos!’ Eso calaba profundo en el corazón; denotaba confianza hacia nuestro personal.
“Luego insistimos en el tratamiento de otras enfermedades, pues en ese hospital solo se preocupaban por la COVID-19. Es bien conocido lo imprescindible de tener controladas diabetes, cardiopatías y neoplasias. Así recuerdo que salvamos e insertamos a la sociedad a un ciudadano con cáncer pulmonar, que casi llegó en shock y salió sin riesgos para su vida.
“Tuve incontables experiencias: aprendí a realizar PCR, extracciones de sangre y curas. No obstante, mi mayor preocupación era a la hora de salir y retirar el traje; una mala manipulación nos podía costar”.
Ustedes han tenido la dicha de compartir estrechamente con el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez. ¿Cierto que es emocionante?
“Lo es, te lo puedo asegurar. Nunca imaginé tenerlo tan cerca. Él se interesó por nuestras rutinas en Togo, agradeció la voluntad y valentía con la que asumimos la misión, que ni yo misma sé de dónde la saqué.
“De ese encuentro sencillo pero inolvidable, guardo en el alma sus palabras cuando nos dijo: ‘Tengan un feliz regreso a casa y aprieten los corazones, porque dondequiera que lleguen van a seguir recibiendo ese calor, ese reconocimiento, ese afecto’. Y así fue”.