“Viví dos años bajo tierra, cuando cumplí misión en Angola, y esta es más difícil: no sabes dónde está el enemigo. Pero, si cumplimos las medidas, todo terminará bien. Y esta guerra contra la COVID también hay que ganarla”, asegura Adolfo Álvarez, chofer de la base de Candelaria, perteneciente a la UEB de Transporte Escolar Artemisa.

Desde marzo, los 132 ómnibus en activo de las cinco bases artemiseñas han llevado vidas de un lado a otro, unas para ser salvadas y otras de regreso del ring donde nuestros médicos les garantizaron la victoria.
Sin embargo, en esta ocasión la Matemática les ha jugado una mala pasada, porque más vidas en sus asientos no equivalen a más salud de los choferes; al contrario, elevan los riesgos. A veces trasladan pacientes de los centros de aislamiento que ya recibieron el alta, y otras recogen a los sospechosos para llevarlos a ingresar allá.
Igual transportan a médicos y enfermeras, al personal que labora en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), a trabajadores de empresas imprescindibles en el enfrentamiento a la COVID-19, de las cadenas de tiendas Cimex y Caribe… y, desde hace un par de semanas, a estudiantes y profesores.
“Siempre nos dan la ropa verde y garantizan las condiciones necesarias. Cualquier precaución es poca. Una vez llegué a la casa de noche, vestido así, y mi mujer me dijo: ‘¡Alabaosimidios! ¡Tienes que bañarte afuera!’ Y así hago siempre; aunque me haya protegido con el traje verde, me quito la ropa y me baño en el patio”, afirma Adolfo.
“Claro que corremos riesgo. Al principio sentí algo de miedo. Ya no tanto. También trasladamos campistas, y se quitan el nasobuco mientras uno va manejando. No solo te ponen en peligro, sino que la policía multa al chofer”, discrepa este veterano de 60 años y 42 de labor en la misma base de Candelaria.
Su ómnibus puede narrar varias historias más, del lado de quienes permanecen sentados apenas unas horas… y del suyo, resguardado por una urdimbre de cables y un parabán.
Del lado del deber
Pese a cualquier método para delimitar su espacio, lo que distingue a cada uno de nuestros entrevistados de hoy es ubicarse del lado del deber, armados con la mezcla precisa de osadía y precaución, listos para encarar un sinfín de curiosas vivencias.
“¿Anécdotas? Un día fui a recoger sospechosos de la COVID a Bauta, y en los edificios de Ben Tre hubo uno que no quería irse. Tuve que virar a buscar a un policía; entonces sí se montó en la guagua”, cuenta Osmani González, chofer de la base de San Antonio de los Baños.

“¿Miedo? Ha ido pasando. Eso sí, uno llega a la casa erizado. Y mi mujer se asusta, como es normal, pero ella sabe que es nuestro deber: tenemos que trasladar a quienes lo necesitan, solo debemos cuidarnos.
“En el piso de la guagua tengo un saco con agua clorada, un pomo para desinfectarse las manos, y los pasajeros se sientan distanciados. Al regresar a casa, sin saludar ni a mi esposa ni a mi hija de cuatro años, dejo los zapatos en la puerta, echo la ropa en un cubo con agua y cloro, y voy directo para el baño.
“Mi niña sabe cantidad. Cuando me ve salir, me dice: ‘papá, ¿pa’la calle otra vez? Ah, sí, porque hay coronavirus’. Me da tristeza dejarla y, al mismo tiempo, me hace reír.
“Somos 21 choferes en la base de Transporte Escolar; todos saben lo que les toca, sin importar la hora, a donde nos indiquen. Temprano, de lunes a viernes, traslado a los médicos del IPK, también a algunas muchachitas de las que hacen las pruebas de PCR. A la vuelta (a las 6:00), muchas veces me encargan volver a salir, a las 9:00 o más tarde”.
Respuesta excelente de Transporte Escolar
Marta Pérez Oliva está al frente de la UEB. No llegó al cargo por una estrategia de colocar mujeres en labores de dirección, sino por su autoridad y prestigio. Comenzó como económica en la base de Candelaria, 42 años atrás, y en 1988 ya lideraba al colectivo hasta hacerlo acreedor de la condición de Vanguardia Nacional por 12 años consecutivos.
A esta cubana de pantalones bien puestos le abundan los premios y reconocimientos; sin embargo, el principal radica en la estima de sus compañeros y cómo cumplen con ella.
“A los trabajadores debemos educarlos en la disciplina. Ninguno es malo, si tiene una dirección fuerte, estable, con métodos adecuados para hacerles entender cada tarea. Hay que partirse el pecho con ellos; si nos convocan a limpiar caña, ir con ellos.
“Todavía hay que encarársele a alguien, principalmente desde la aplicación del GPS. Pero su respuesta ha sido excelente; demuestra no solo valentía, sino también sentido de pertenencia y amor a su oficio, de los choferes, de los mecánicos en el taller cuando se rompe un carro y de quienes permanecen en el puesto de mando.
“Todas las bases han cumplido los planes de transportación y los ingresos: no tenemos una queja, en 72 034 viajes. Y ahora los mismos ómnibus llevan los muchachos a la escuela y regresan a trabajar en función del enfrentamiento a la COVID; por supuesto, se desinfectan como está establecido”.
Dos y muchos nombres más
“El primer viaje de enfermos lo di yo, asegura Octavio González, de la base de Artemisa. Me llamaron del puesto de mando. Mi mujer estaba embarazada; me dijo que me cuidara. Luego salí muchas veces más, a recoger contactos en sus casas y devolver a los que reciben el alta.

“Cuando cerraron Bauta, salimos a las 4:00 de la tarde y llegamos de madrugada, después de recoger personas en Bauta y Baracoa”, cuenta el joven de 24 años que hizo sus prácticas en ese colectivo y, al concluir el Servicio Militar, volvió allí para sentarse al timón de una guagua otra vez, sin miedo a nada.
“Tavito”se destaca entre esos que solo dicen “¡Cuenta conmigo!” Así mismo actúan Julio César Bueno, de la base de Caimito y Reinaldo Trujillo, de Güira de Melena.
“Es mi trabajo y mi papel en esta batalla por vencer. En una ocasión llegué a las 5:00 de la mañana. Pero no importa: detrás tienen que quedar el miedo, las personas que se ponen rebeldes y debemos hacer entrar en razón, y el sueño impredecible de tantas horas conduciendo, recogiendo casa por casa”, sostiene Julio.

“No hay besos ni abrazos por ahora, le dice Reinaldo a su nieta cuando lo ve llegar y le extiende sus brazos. El virus está en cualquier lugar. Trato de demostrar a todos en casa cómo trabajamos.
“Aunque siempre se siente temor al riesgo, la familia entiende que es una tarea muy importante. Nosotros, los trabajadores de Transporte Escolar estamos al pie del cañón en cada momento: cuando la batalla por el regreso del niño Elián, en las visitas del Papa, el concierto de Olga Tañón, los Primero de Mayo…”.
Por eso, no basta con cinco o seis choferes destacados para dignificar. Sobra empeño que aplaudir en Candelaria, San Antonio, Caimito, Güira y Artemisa. Cuando se habla del enfrentamiento a la COVID-19, de quienes han estado en la primera línea de combate, faltan aún muchos nombres e historias por mencionar.