Apenas amanecía. Sus voces, más altas de lo acostumbrado, al menos para mí, me hicieron girar el rostro. Ambos andaban en bicicletas con cajones tapados, que en principio ni mi curiosidad pudo descifrar su contenido.
Uno, tal vez el más avispado, le hablaba con tono de experimentado a su compañero, que no exhibía ni zapatos ni atuendos en la parte superior de su cuerpo.
-Mijo, se venden bien. Sales al atardecer. Coges por las calles “tal y más cual”, que hay muchos niños jugando. Gritas algo cómico, que te vean chupando uno y hasta regalas un macito, y verás como no te queda ninguno.
-Ahh, lleva de varios precios y también en jabitas, aunque tengan la misma cantidad, para que se embullen quienes pasen. Después te parqueas saboreando un mamoncillo, con cara de ¡qué dulces están! Te volarán, mijo, decía el chico más joven al otro flaco.
Y no dudo que hayan virado con el cajón vacío, pues su amanecer fue una clase de marketing como no me esperaba; tal vez ni ellos sabían que practicaban esa ciencia de comercializar, tras explorar, crear y entregar valor para satisfacer necesidades, objetivas o no.
Entonces, pensé rápido cuántos intercambios así harán falta para atraer personas, satisfacer demandas, crear ofertas, asociar técnicas y prácticas ambulantes al buen gusto, complacer a los consumidores, sumar clientes, y que eso signifique ganar todos, quien vende y quien compra.
Por un momento fui hasta restaurantes, cafeterías, playas… lugares diseñados para prestar servicios, con instalaciones a merced del abandono, pizarras semidesiertas por mínimas opciones de cigarro y ron y (en el peor de los casos, que no son minoría en Artemisa) espacios cerrados, no siempre por falta de insumos sino de interés.
¿Hasta cuando dejaremos que la gastronomía y el buen servicio sean asignaturas más que pendientes, suspensas? ¿Acaso es muy difícil saber cuántas familias escogen nuestros restaurantes para cenar en una noche de celebración? ¿Por qué no cambiar ese número, que sin temor a equivocarme resulta bien pequeño? ¿Qué explicación tiene que cada vez menos se pueda disfrutar de un coctel de frutas, una piña colada, un Cubanito o un Daiquirí, en cualquiera de nuestras unidades gastronómicas?
¿Será muy complicado activar las parrilladas, con lo poco que tenemos, y unirle a ese olor a carbón un juego de dominó y la guitarra de un artista del patio?
¿Cuánto costará elaborar una caldosa en esta provincia? ¿Dónde se oferta? Y los jugos, las papas rellenas, los boniatillos, los tamales… ¿están prohibidos?, ¿también en ocasiones distintivas y temporadas afines con esos cultivos?
No sé si todo se lo hemos dejado a los trabajadores por cuenta propia, o si el marketing no es parte de la gastronomía estatal artemiseña, pero siento que van desapareciendo las ofertas ajustadas a la mayoría.
El verano demanda creatividad, ponerle ganas, servir, hacer, cubrir expectativas. Y no sucede así.
Más allá de los recursos en las neveras, que no siempre salen por la puerta delantera (lo cual no es mi tema ahora), falta exigencia. Más que cumplir la circulación mercantil, la satisfacción del cliente debe ser el medidor en cada unidad.
Hay ejemplos, pero son la excepción y no la regla. Esa reunión informal entre vendedores de mamoncillos que percibí apenas amanecía, puede ser una lección para cambiar estilos de trabajo, pues siempre el ingenio colectivo, con la experiencia de unos y la creatividad de otros, seguro dará más en la ecuación final, esa que es satisfacción popular.
Lindo comentario ,hay tantas cosas q se pueden hacer pero imagina a nadie se le ocurre y al final la.culpa no la tiene nadie saludos y muy lindo trabajo
Hola, interesante este reporte. hace falta gente así que impulse la creatividad, los particulares son mejores que los estateles. Quiero saber si la periodista es también logopeda. Recuerdo ese nombre, pero no la reconozco por la foto. saludos, me gusta mucho el trabajo que hace.
Muchas personas y negocios hacen uso del Marketing a veces inconscientemente, como el joven de los mamonchillos. Pero las entidades estatales (no todas) no tienen sentido de pertenencia por el consumidor, ellos trabajan por un sueldo fijo y no les importa la calidad de su bien o servicio.
Apoyo sus palabras y las aplaudo 👏🏻, pues hacer Marketing funcional no es tan difícil, solo debes tener amor hacia el consumidor y un poco de conocimiento para que veas como con poco se puede hacer mucho. El pueblo artemiseño se merece un servicio de calidad y con valor agregado.
El verano solo se resume en un plan con un Inicio y en una Clausura, pues muchas de esas actividades no se hacen y el pueblo lo demanda.