Lejos estaba de imaginarme, mientras lo veía cruzar junto a su madre Elia Luisa y su hermano Sam frente al portal donde solía sentarme en Ceiba del Agua, que aquel pequeño se convertiría, años más tarde, en un talento del universo lírico en Cuba.
Quizás Eugenio Hernández Castañeda tampoco lo imaginaba, cuando sus resultados docentes eran ya preocupantes y el camino al futuro podía llenarse con más valladares que los acostumbrados para cualquier ser humano.
Pero la Televisión hizo el primer milagro con Eugenio: puso en su vista y oído varias opciones del arte lírico y despertó en el joven de 15 años una pasión por el bel canto, que no ha dejado de acompañarlo hasta hoy.
Sin embargo, si tanto le gustaba el canto lírico ¿por qué no probaba suerte con su propia voz? Sí, ¿por qué no?, se dijo Eugenio firmemente y fue entonces en busca del profesor Rodolfo Chacón, en San Antonio de los Baños, un hombre con una impresionante trayectoria como vocalista lírico y como docente, y con él aprendió a proyectar la voz, a cantar con el sonido encerrado dentro de sí.
Con el proyecto Dulce quimera, dirigido por Chacón, tomaría parte como vocalista en las obras La taberna del puerto y Nessu Dorman.
Cautivado ya por el arte lírico, Eugenio decidió presentarse en el Concurso Nacional La Nueva Voz, en el Teatro América, donde volvió a cantar Nessu Dorman y el tema Rebelde. Noticia mayor recibiría al escuchar que el jurado le otorgaba el primer lugar del certamen y que la distinguida profesora Marta Cardona había decidido recomendárselo a la valoración del profesor y músico Roberto Chorens, director del Teatro Lírico Nacional y una verdadera autoridad en este ámbito.
Una exitosa audición con la profesora Katia Selva le abría las puertas para cursar estudios en el Teatro Lírico Nacional, en La Habana Vieja, y a un universo musical extraordinario donde relucen los nombres que ya Chacón le había hecho familiar: Rodrigo Prats, Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig… y obras tan memorables como Amalia Batista, María la O y Cecilia Valdés.
Pero el ámbito lírico es especialmente fecundo y tentador a escala universal. De ahí que Eugenio, a un año de graduarse como técnico medio en canto lírico (título válido internacionalmente), ya esté tramando sueños de mayor vuelo: quiere ser el tenor de Madame Buterfly e interpretar algún personaje en Tosca y en un sinfín de creaciones que han dado la vuelta a los teatros más importantes del mundo.
Clasificado en el registro de tenor lírico espíritu (tenor de empuje), pues para emitir notas agudas debe recurrir a más presión en el diafragma, Eugenio confiesa ser admirador absoluto de la soprano hispanocubana María Remolá por su talento para alcanzar los registros agudos, y tiene entre sus tenores favoritos al español José Carreras, el alemán Jonas Kauffman y el italiano Giuseppe Giacomini.
Eugenio, como otros que defienden el arte lírico, cree que este género, si alcanza un alto nivel de calidad, puede llegar muy lejos, y aspira a rescatar del olvido el hermoso legado de la zarzuela cubana, sea desde el proyecto Aurora Nueva, al cual se afilia, o desde cualquier otro.
Sueña Eugenio. Pero sueña bien este muchacho, ahora residente en Caimito, quien un día, por casualidad, cuando el camino parecía estrechársele en medio de su difícil adolescencia, descubrió un arte lleno de exquisiteces y retos, un arte que le daría un sentido más especial a su vida.