Debieron sentir que el valor empequeñecería aquellos muros gigantescos. Sin dudas, hubo una fracción de segundo, al bajarse de los carros, en que sus ojos chocaron con la imponente fortaleza… y no importó: tenían tantas balas percutiendo en el corazón como para tomar el Moncada y todo el mañana de Cuba entera.
Ya durante el viaje habían tenido tiempo de pensar que los tiros del enemigo podían romperles sus ansias de libertad, que era cosa de locos ir a dispararle sueños a un ejército colmado de esbirros, que el temor igual es cosa de quien lleva una luz en la oscuridad.
¡Eran lo más audaz y martiano de la Generación del Centenario! Quienes intervinieron en el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en la toma del Hospital Civil Saturnino Lora y del Palacio de Justicia, tenían en sí el decoro de muchos hombres, y se rebelaron con fuerza terrible contra quienes le robaban al pueblo su libertad.
Bien lo dijo Fidel: “parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre (…) Pero vive, no ha muerto (…); hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria”.
Y el líder de aquel valeroso grupo confiaba plenamente en los artemiseños. Hubo unos 40 jóvenes de estas tierras en las acciones del 26 de julio de 1953. Siempre en primera línea, para la riesgosa toma de la posta 3, eligió a José Suárez Blanco, a Ramiro Valdés Menéndez, Carmelo Noa Gil y Flores Betancourt Rodríguez.
Los unía un ideal capaz de multiplicar su coraje, aunque a algunos los hermanaban también lazos de sangre, como a Roberto y Orlando Galán Betancourt.
Muchas veces brillaron los artemiseños en el fragor del combate, cuando no queda tiempo para dudar. Fidel había ordenado la retirada, pero Fidel Labrador García, un joven de Pijirigua (junto a otros cuatro asaltantes), se mantuvo disparando para proteger a sus compañeros, hasta que recibió un balazo a punto de sacarle de este mundo.
¡Verdad que El Indio Naborí estremece hasta las piedras con sus versos! Sin embargo, sobresale entre sus poemas ese en que infiere que la esposa de algún Quirón veguero inyectó a los artemiseños con sangre de leones, y de allí, de la entraña de Artemisa, como del arco rojo de una Gran Cazadora, salieron flechas de coraje y sonrisa, a clavarse en la noche para traer la aurora.
Los sueños de aquellos jóvenes no se hicieron añicos porque el Moncada se les resistiera. La aurora anhelada llegó en enero de 1959. La libertad corrió por calles y senderos de montañas; llenó de escuelas cada rincón.
Cuba escribió páginas nuevas de ideales cumplidos. Mas, el valor sigue siendo cosa de gente de estos lares. El Moncada en Artemisa hoy ensancha a otros héroes, ora bajo un sombrero y sobre la tierra, ora en batas blancas, como Lariel, Luis Enrique, Yordanis, Yaquelín y Maribel, peleando la lucha de estos días contra la COVID, en Lombardía y Andorra, con fuego de humanismo y balas de vida.