Jorge Bencomo escribe una de esas historias de valentía y entrega nada raras por estos días. El joven guanajayense no dudó ni un segundo en decir presente ante la convocatoria de la Universidad de La Habana (UH), de acudir como personal de apoyo a la Residencia Estudiantil Alamar VI, convertida en centro de aislamiento de viajeros internacionales.
Bencomo cursa el cuarto año de la carrera de Filosofía Marxista-Leninista en esa casa de altos estudios, y ha ocupado cargos en la FEU, tanto en la Facultad de Filosofía e Historia como en la Universidad. La pandemia lo puso ante la disyuntiva de quedarse en la seguridad de su hogar o ir a la primera línea de combate y contribuir de manera activa en esta lucha.
“Cuando me llegó por WhatsApp el llamado de la dirección de la Universidad no lo pensé ni un momento; estaba comprometido a ayudar. Es una decisión que debes tomar desde el primer momento, y con el corazón; si lo piensas dos veces, el miedo a contagiarte te puede hacer retroceder. Solo me dije que era lo que se necesitaba de mí… y se borraron todas las dudas, nunca el miedo”, afirmó vía telefónica.
“Al otro día de comunicar mi disposición, se paralizó el transporte público y debí esperar que vinieran a buscarme junto a otra compañera de Guanajay. Al fin, el viernes 22 de mayo llegué a la beca de Alamar”, recuerda.
Diario de una lucha por la vida
“Nuestro grupo lo integraron 11 personas, todos de la UH, dirigidos por el decano de la Facultad de Turismo. Nos hicimos familia, porque en situaciones difíciles se hacen las mejores amistades. Recibimos grupos de viajeros procedentes de Estados Unidos, Perú, Panamá, Ecuador y Emiratos Árabes.
“Nos levantábamos a las 7:00 de la mañana y, en pos de exponernos lo menos posible, compartíamos las muchas labores: repartir desayuno, almuerzo y comida; limpiar la zona roja y las áreas comunes; recibir a los pacientes y desinfectar sus equipajes… bajo un estricto protocolo sanitario.
“Debíamos usar hipoclorito cada vez que tocábamos algo, y bañarnos cuatro o cinco veces en la jornada. Terminábamos sobre las 9:00 de la noche, pero cuando recibíamos viajeros no había hora de comienzo o final; podíamos pasar de la medianoche sin problemas.
“Luego el descanso era casi obligatorio, para estar concentrado al ciento por ciento. Un error podía costar muy caro, pues la seguridad de tus compañeros dependía de ti.
“Quienes decidimos asumir esta tarea, no lo hicimos por méritos que lucir, ni siquiera por un compromiso personal con nuestros principios; lo hicimos por un bien colectivo, por ayudar al pueblo cubano a eliminar esta enfermedad que ha acabado con la vida de cientos de miles de personas y ha cambiado el mundo en unos meses”.
“También queremos secundar la grandiosa labor de los médicos. Para comprenderla de verdad hay que estar a su lado, al pie del cañón. Ellos están más expuestos al virus y cumplen su tarea con valentía; por eso el apoyo es más que merecido.
“Cuando uno está tan cerca del peligro y lo mira de frente, las emociones se multiplican. En medio de la tensión, una simple alegría se puede convertir en una de las mejores noticias de tu vida. Lo vivimos cuando los viajeros que recibimos desde Estados Unidos dieron negativo a la COVID-19.
“También fue muy emocionante cuando, a las 9:00 de la noche, las personas del reparto aledaño salían a los balcones a aplaudirnos, nos daban gritos de ánimo, apagaban las luces y alumbraban con sus celulares. ¡Un homenaje muy lindo!”
Tras 15 días en la zona roja, el descanso, la enorme satisfacción del deber cumplido y ya en casa con el resultado favorable del PCR, no duda en afirmar que está en disposición de ayudar otra vez.
“Ya lo he comunicado. Si me llaman, regresaré. Esta es la lucha de la juventud de este tiempo. Unos fueron al Moncada, otros a Girón o a Angola; a nosotros nos tocó enfrentar al coronavirus. No voy a dejar de pensar en mis padres y en mi familia cuando esté allí, pero me uniré a la primera línea sin pensarlo dos veces, solo una y con el corazón”.