A 67 años de una gesta gloriosa, incontables convicciones nos permiten entender porqué no fue posible un Moncada sin Artemisa y hoy, después de tantos triunfos, una Artemisa sin Moncada.
Sangre de valerosos hombres ondea en nuestra bandera. Dignifica la bravura con la que decidieron partir hacia el oriente cubano, para hacer frente a la dictadura batistiana, causante de tanta calamidad al pueblo. Debía escribirse entonces otra historia: la que soñaba José Martí y cumplía —pese a duros riesgos— el joven Fidel Castro.
Sus héroes, entre ellos los artemiseños, saltaron dispuestos a luchar. Pocos sabían a qué se enfrentarían una vez aceptada la encomienda, aunque tenían plena certeza de que en sus manos estaba el futuro de Cuba. Salieron desde La Matilde hacia Santiago de Cuba, donde habrían de demostrar el más profundo coraje.
Uno de aquellos bravos pasó a la historia como “el artemiseño que salvó a Fidel”. Ricardo Santana Martínez, de origen campesino, formó parte de la Generación del Centenario y participó en las acciones del 26 de julio de 1953; bien probó su fidelidad infinita a la justa causa liberadora que se venía fraguando.
Cuando se cumplen 90 años del natalicio de ese Hijo ilustre de Fomento, asentado en Artemisa, conversamos con su hijo René Santana Chirino.
“Mi padre nació en Fomento, pero mis abuelos eran del entronque de San Diego de los Baños, en Pinar del Río. En busca de mejor vida viajaron a territorio espirituano, y dos años después decidieron regresar. Compraron una casa en Artemisa y se radicaron en La Matilde.
“Años más tarde papá consiguió un carrito de alquiler y comenzó a botear. Por aquel entonces conoció a Severino Rosell; su familia era dueña de un bar que quedaba en la esquina del Batido, el cual visitaba con frecuencia.
“La policía nunca se cansó de acosarlo, por la ruta que recorría (San Cristóbal-Artemisa). En una ocasión lo interceptó y tuvieron una fuerte discusión. Él le dijo que deseaba algo que acabara con la tiranía, y Severino lo metió rápido al bar y lo sacó por una puerta trasera”.
¿Fue este el suceso que deparó el inicio de su trayectoria revolucionaria?
“Yo diría que sí. Al día siguiente Severino le preguntó por lo que había dicho frente a la autoridad, y él insistió en sumarse a una posible lucha contra los abusos de aquellos días. Entonces, su amigo le convidó a unirse a un movimiento del cual no tuvo ni el más mínimo detalle. Nadie sabía qué iba a suceder, solo que algo se estaba gestando.
“Aquí eran unos cuantos. Pipo tenía una ponchera al lado de la carpintería del tío de Ramiro; una vez conocida su misión, se reunió con Julito Díaz, Ciro Redondo, Rosendo Menéndez y otros para compartir experiencias. Dentro de las gomas y las cámaras escondían armamentos y bonos. Iniciaba la preparación del alzamiento.
“A los pocos días la máxima dirección del Movimiento ordenó hacer prácticas de tiro en las fincas. Ya mi padre era novio de mi mamá, y mi abuelo materno tenía tierras en Dagame. Decidió pedirle su colaboración, y él accedió.
“Allí se reunían en grupos de ocho a diez personas, hasta unas jornadas antes de partir hacia Santiago. Fidel visitó Artemisa para conocer cómo se preparaban en varias fincas, y llegó hasta la de mi abuelo. Ese día se juntaron todos. Según anécdotas de mi padre, tronó y llovió mucho, lo que ayudó a disminuir el sonido de los armamentos.
“Un grupo entró por el frente de la finca. Los otros carros accedieron por el fondo. Intentaban no llamar la atención. Estuvieron todo un día practicando y, al final, conforme con lo que vio el Comandante, les dijo que por la puntería y disciplina quería que los compañeros de Artemisa estuvieran cerca de él.
“Pasado un tiempo, le informaron al viejo que debía trasladarse a un bar en La Habana. Iba en un carro junto a Pepe Suarez y el chofer, los únicos que conocían el destino final: Santiago de Cuba”.
¿Por qué se dice que fue el artemiseño que rescató a Fidel?
“Cuando empezó el asalto tuvieron que salir inmediatamente de los carros para replegarse por la posta 3. Mientras tiraban, el viejo vio un carro con la puerta abierta y las llaves, pensó que ese era el medio para salir de allí, se montó y lo paró cerca del muro del cuartel, por la parte de adentro. Después de 17 minutos, Fidel dio la orden de retirada y papá permanecía cerca.
“Fidel salió en un auto, pero a media calle vio a Marino Collazo herido y le dio su puesto. Parecía que era el último carro, y comenzó a correr hacia un lugar seguro sin dejar de disparar.
“Es muy fácil contarlo ahora: mi padre salió a toda velocidad, pero la ráfaga de una ametralladora le voló el cristal trasero del auto. En el trayecto recogió a Rosendo Menéndez y, cuando miró por el espejo retrovisor, vio a Fidel: dio marcha atrás y lo subió”.
¿Supo Fidel en algún momento quién le salvó la vida?
“Él nunca le dijo a nadie que había rescatado a Fidel en el Moncada. En el 30 aniversario de los acontecimientos estaban reunidos, rememorando el asalto. Comenzaron a hablar de la retirada, y el comandante dijo que estaba seguro que lo había salvado un artemiseño.
“Entonces, Pipo le contó cómo fue y lo que ambos habían conversado aquel día. Fidel le tiró la mano y le dijo: ‘¡Guajiro, esto es un exceso de modestia de tu parte!’
“Cada vez que hablo de mi padre recuerdo lo sencillo, honesto, jaranero y hombre de campo que era. Me afloran muchos sentimientos por sus valores. Siempre nos convidó a ser humildes. Lo que hizo fue para ayudar a los demás.
“Me viene a la mente una anécdota (llora): con el triunfo de la Revolución, el Gobierno se interesó por las condiciones de los asaltantes al Moncada. Raquel Pérez, encargada del Ministerio de Bienestar Social, lo visitó e informó sobre una ayuda económica.
“Llevaba siete meses sin trabajo, y le dijo que luchó para que todos fuéramos iguales, sin intereses de por medio. Raquel empezó a llorar, lo abrazó y agradeció la grandeza de su espíritu”.
Quiso la historia que un artemiseño permaneciera cerca del Líder de la Revolución para salvarlo, tal cual pidió en una de nuestras fincas. Parafraseando a Jesús Orta Ruiz, los Aqueos de La Ilíada tuvieron a Minerva, y el Moncada tuvo a jóvenes Aquiles que, inyectados con sangre de leones, supieron traer la aurora.
Siempre es 26
Más que consigna es un hecho
Porque Siempre al acecho
Sin escrúpulos y sediento
Espera el Buitre el momento
De mi patria devorar
Firmes debemos estar
Unidos y preparados
Con el socialismo y claros
Que con Cuba no podrán
Porque Estamos a la sombra
De un inmenso Caguairan.
Marcelino René garriga
Instituto de Investigaciones del Tabaco.
Saludos cordiales ,Pongo este poema a su consideración soy de San Antonio de los Baños. Lo. Pueden publicar. .revolucionariamete Marcelino René garriga.