Falta poco para rememorar los días más heroicos del mes de julio, jornadas que hablan de valor y entrega, sobre todo de 131 jóvenes, pudiera pensarse que hasta locos, por el arrojo de lanzarse, con poco armamento, contra los soldados de la segunda fortaleza militar más grande de Cuba.
Solo quienes hemos disfrutado del enorme privilegio de estar allí, entre los muros del Moncada, podemos sentir cuánto de heroísmo e ímpetu juvenil hubo en aquella acción que, pese al fracaso, cambió para siempre los destinos del país. Saber que hubo tanto del brío artemiseño, con unos 40 participantes del territorio que comprende nuestra provincia, enorgullece y compromete sobremanera.
Eran jóvenes de clase baja, media y alta, de distintas razas, credos y niveles de escolaridad, unidos todos por un mismo fin: liberar a la Patria de la tiranía interna y de los designios del vecino del Norte que desangraba a este archipiélago económica y socialmente.
Martí, el Apóstol, se les había colado en las venas, y ya no saldría de sus mentes la idea de la República con todos y para el bien de todos. En silencio, como tenían que ser las cosas para alcanzar el éxito, planificaron el asalto, concebido como el motor pequeño que impulsaría la insurrección popular y los llevaría a la Sierra a conquistar la victoria definitiva.
Hubo mucha sangre noble derramada aquel 26 de julio, y no precisamente en el combate cuerpo a cuerpo, en el que solo unos pocos perdieron la vida. La tiranía salvaje arremetió con sus fuerzas. Pocos escaparon, y a quienes no pudieron asesinar los llevaron a un amañado juicio, con el encierro en Isla de Pinos como condena.
Pero las ideas no caben entre rejas, y esa prisión fue fecunda. Lejos de abandonar sus ideas, las afianzaron. Luego vino la confirmación: el Moncada había sido un motor de arranque; si bien no funcionó inmediatamente, fue el timón que guio al yate Granma por los mares del Golfo de México en 1956, y nos trajo de vuelta a aquellos mismos jóvenes, los sobrevivientes, y a otros tantos, empeñados en cumplir los sueños de Martí.
Cinco años, cinco meses y cinco días después del Moncada, llegó la ansiada libertad, la primera piedra de un camino largo y difícil de construir, máxime con una alternativa social opuesta al capitalismo dominante en el mundo, del lado de la justicia y la equidad.
Muchas deudas nos quedan hoy con los de aquella generación del 26 de julio. Los sueños de Fidel y de quienes le siguieron en la arriesgada encomienda no terminarán de materializarse mientras quede una injusticia, una indisciplina o un desvío de recursos.
El camino labrado por ellos a fuerza de la vida misma es, sin dudas, el mejor y más noble de los senderos; por ese debemos transitar, al menos, la mayoría, para que tenga sentido cada gota de sangre impregnada aún en las calles de Santiago de Cuba, o allá en la empinada Sierra.