Lo conocí hace algún tiempo, cuando integraba el proyecto teatral del entusiasta director Miguel García Ordaz, con alumnos del Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Mártires de Humboldt 7, en la casa de cultura Raymundo Valenzuela, en San Antonio de los Baños.
Era entonces un joven inquieto, al que la magia y los rigores del teatro le habían cambiado su modo de ver la vida. Luego de un par de crónicas que escribí con motivo de la existencia del proyecto y del estreno de la pieza Todo cambiará, una propuesta con final optimista acerca del mundo brutal en que hoy vivimos, no supe más de él.
Pero ahora, por intermedio de la amistad que sostiene con mi hija, he vuelto a tener noticias de Eduardo Enrique Romagoza, quien, en medio de la incertidumbre que ha traído la pandemia, tiene la certidumbre absoluta que será médico. Y en este empeño es irreductible, como decía el poeta argentino Oliverio Girondo.
Recuerdo que un amigo llamó a la medicina “la carrera de las carreras”, no solo por su complejidad a la hora de aprender los conocimientos propios, sino porque cada ser humano en este planeta, donde habitan más de 7 000 millones de personas, es una criatura diferente a la otra y, por tanto, cada paciente es único en sí mismo.
Pero resulta que este actor por entusiasmo, amante de la guitarra y futuro médico, es también poeta… y de los buenos, noticia que llena de alegría a la Ciudad Letrada, pues abre sus puertas no al relevo, sino a la continuidad para quienes, contra viento y marea, han cultivado el verso durante siglos y siglos.
De Eduardo logré conocer algunas creaciones líricas y, aunque a veces uno llega a pensar que la pasión por la lectura sufre una anemia preocupante y los escritores bien podrían ser absolutamente prescindibles a la vuelta de la esquina, el entusiasmo regresa al corazón y el alma al pecho, al saber que vates excelentes están en camino.
Un texto dedicado a la salvaje ejecución en plena calle del afronorteamericano George Floyd, le sirve para poner en limpio su sensibilidad con una causa que sacude a hombres y mujeres de todas las razas: “…pero siempre habrá alguien a quien le importe la oscuridad y viva en ella sin que su alma se vuelva negra”.
Con la décima, propia de bardo fogueado, hace reír, ironiza o le canta a la profesión que un día ejercerá. “Merece mayor respeto/quien trabaja en cualquier fase/ y mucho más quien lo hace/ al empuñar un esteto./ Nadie imagina los retos/ que impone la medicina/ y se inyecta la doctrina/ que algún malestar arranca/ mientras una bata blanca/ por todo el mundo camina”.
Todo cambiará fue el título de la obra que inició a Eduardo como actor, estrenada en un tiempo de impensable muerte masiva y de recogimiento casero como estas largas horas de hoy. Pero ahora mismo, distante del escenario y del pre, toca la guitarra y no deja de versificar.
Y es cierto: todo cambiará… para mejor, como en la obra dirigida por Miguel, para que la existencia y el verso de los poetas, de los más viejos y los más jóvenes como Eduardo, puedan continuar, a paso animado, su viaje feliz.