Cada noche, unos minutos antes de las 9:00, la algarabía invade el portal justo frente al mío. Todos se alistan para salir a homenajear a nuestros médicos, pero el momento gira en torno al más pequeño de la casa, a quien los ojitos le brillan cuando sabe que se acerca ese momento.
Dayán Bringas Rivera es un pequeñín de tres años, intranquilo, juguetón y muy cariñoso, que se convierte en el maestro de ceremonia de mi cuadra, durante ese momento tan esperado por los vecinos, principalmente por la algarabía de Dayán.
Mucho antes de que los aplausos se generalizaran por mi barrio, ya él, junto a su mamá Aremy y su hermanito Darian, vitoreaba al personal de la Salud cada noche desde su cuarto.
Y por si fuera poco el agradecimiento mostrado, ahora Dayán se viste de médico para salir a brindarles sus aplausos, vivas y saltos. Aprovechando el disfraz confeccionado para las fiestas del círculo, el “doctor Dayán”, como dice su batica, sale a elogiar… quién sabe si a sus futuros colegas.
Solo faltan unos minutos y ya está vestido todo de blanco, con su pequeño nasobuco. Corre por la casa y recluta a sus abuelos. “Abo, Haya, vamos a aplaudir”. Luego se encarga de llamar a mis abuelos, a la otra vecina y hasta a la presidenta del CDR.
Justo a las 9:00 el barrio entero le rinde merecido homenaje a nuestros galenos, y los aplausos y alboroto de Dayán sobresalen; a veces terminan y él los hace volver a empezar, pues contagia con su alegría.
Se acaba el tiempo de los aplausos y, antes de que los miembros de su familia vuelvan a entrar en casa, ya tiene el envase de agua clorada para echarles en las manos y en el filtro de la entrada; nadie entra sin pasar por el pequeño “filtro sanitario” colocado en la puerta.
Esta bella historia protagonizada por Dayán, el niño que cada noche agradece al personal de la Salud, está lejos de ser única. Como él, miles de pequeñines brindan el merecido aplauso a quienes están en la primera línea de combate frente a la pandemia y velan por la salud de todos.