No tiene abierta preferencia por ninguna de las dos profesiones que ejerce diariamente: la de médico y la de escritor. Ama a las dos por igual. Ambas lo nutren de una intensa espiritualidad. A partir de la Medicina realiza diagnósticos fundamentales para encaminar la vida de los seres humanos. A partir de las letras desarrolla un sentimiento contemplativo y recreativo de la realidad.
A quien representan estas dos profesiones es al doctor Pedro Fonte, escritor residente en San Cristóbal desde que cursaba el tercer año de Medicina. Allí ingresó en el taller literario que conducía Víctor de Armas, una persona con valores extraordinarios que lo llevó a dar los primeros pasos por el ámbito de la creación literaria.
Corría entonces el año 1989. Un lustro más tarde, Fonte, hoy especialista en Medicina Interna, con Diplomado en Endocrino, Angiología y Neurología, obtendría el Premio La Rosa Blanca por su libro Balbina dedos de palo, donde el autor derrama la riqueza espiritual de la religión afrocubana sobre la vida de una niña que juega constantemente con la imaginación.
A este cuaderno le seguirían otros que probarían la coherencia temática en su creación: Muna, Cazadores de chicharra (Premio Uneac 1999) y Bubú el adivino de Oduduwa.
Interrogado sobre esta pasión por el universo afrocubano, por todas sus deidades, costumbres y comidas, Fonte reconoce que, aunque no es creyente, no puede negar sus raíces, las disfruta intensamente, y remata su afirmación con una ocurrente frase: “Hasta donde sé, no soy suizo”.
Para un hombre que sin prejuicio, y por más de una vía, penetra en el alma humana, hechos como los sucedidos ahora en Estados Unidos le dejan una profunda amargura, pues “la violencia ha engendrado más violencia”. Y agrega dolido: “Me da tormento y lástima que el cerebro del hombre protagonice una crisis tan brutal como esta”.
Respecto a cuál de los dos oficios lleva con más fuerza en su interior, Fonte responde que “a un hombre del Renacimiento no se le preguntaba si era más matemático que físico o más poeta que pintor, porque sentía ser lo uno y lo otro a la vez, sin preferencia de ninguna clase. Para mí es tan difícil y hermoso ser médico como ser periodista, escritor, arquitecto o agricultor”.
Con Fonte resulta imposible no hablar acerca de prejuicios, en seres que subestiman la capacidad del personal médico que no labora en los llamados hospitales nacionales o institutos situados en La Habana, pero, al final, quedan sorprendidos por el virtuosismo de quienes batallan por la vida en un hospital como el Comandante Pinares, del cual forma parte este escritor, miembro de la Uneac.
“El Comandante Pinares es un hospital regional. Quienes trabajamos tenemos una educación humanitaria muy grande. Hay que agradecerle ese mérito a la Revolución. Solo la calidad humana nos permite llegar mejor a las personas y emitir un diagnóstico certero.
“Existen personas que, ante lo desconocido, emiten criterios desfavorables. Luego la vida se encarga de poner las cosas en su justo sitio y echar abajo el muro de semejantes prejuicios”.
Antes de concluir nuestra charla, este ser que ha enfrentado problemas personales sin doblar las rodillas, también médico del policlínico de Candelaria, no quiso pasar por alto las circunstancias neurálgicas que vivimos.
Por eso reiteró que “al país lo salva la organización, en un momento tan difícil de controlar la actitud de los seres humanos, pues resulta imposible dejar de producir y, a la vez, necesitamos cuidarnos”. Y concluyó con una frase especialmente lúcida: “Ayudaría mucho, muchísimo, que nosotros ayudáramos al país”.
