Mientras la mayoría de los niños permanece en sus hogares, otros deben asistir a círculos infantiles. La lucha contra el coronavirus ha llegado a niveles inimaginables, pero nuestros pequeños desatan poderes de superhéroes para demostrar que el antídoto también está en la felicidad.
Al final nunca supe si Tito, Brismary y las gemelas Liz y Lía sorprenden a sus padres con preguntas sobre el coronavirus. Ellos parecen disimular una realidad de la que no están exentos, pues siguen saltando, riendo, jugando y cantando con un “arriba las palmas”, como si no existiera el maldito virus.
Seguro en cada amanecer el viejo reloj anuncia que es hora de despertar. Los olores a leche fresca recién hervida, pan tostado y dulces de harina deben invadir cada rincón del hogar, mientras mamá abre ventanas, desarropa sueños y da los ¡buenos días! con una sonrisa de lado a lado.
¡Otra vez al círculo infantil! A veces se les nota tristes porque sus compañeros no están, pero de ver a la seño abriendo los brazos desde aquella puerta gigante, asumen nuevos instantes de alegría, conocimiento y muchas travesuras.
Por las calles anda un “bichito” verde, y saben que es malo; eso lo tienen claro. Entonces, se apuran en llegar al círculo infantil Zapaticos de Rosa, en Guanajay, uno de los tantos que aún prestan servicio en Cuba, para que mamá y papá ayuden a quienes más lo necesiten.

Donde se abre el amor
Recopilando vivencias dibujadas en lugares tan imprescindibles como este, llegamos y atravesamos sus puertas con el mismo cariño que reciben a los pequeñines. Allí estaban ellos, junto a sus juguetes de plástico, tarareando canciones o preparando la cena en una cocina tan creíble como su inocencia.
“Recibimos a los niños hasta las 9:00. Procedemos al lavado de las manos con agua y jabón; luego inician sus actividades cotidianas. Hoy solo tenemos seis, porque el resto permanece en casa y cumple las medidas de aislamiento social. Estos son hijos de profesionales de la Salud y funcionarios de organizaciones de masas”, precisa Alicia Casanova Rodríguez, directora del círculo.
“Al orientarnos cómo trabajaríamos, comenzamos a recibir medios y productos alimenticios. Nuestros almacenes disponen de cobertura capaz de respaldar dos meses, de acuerdo con la matrícula total de 171 niños.
“Inmediatamente, se hizo obligatorio el uso de batas sanitarias y nasobucos en el personal docente y de servicio; establecimos el distanciamiento e incluso las pertenencias de los seis niños se separaron. También insistimos en cumplir estrictamente con el aseo constante de las manos, hasta para irse a casa.

“Nunca antes habíamos vivido algo igual. Este virus nos ha cambiado la vida a todos, pero tenemos que estar aquí, asumiendo el encargo social que elegimos.
“Por sus edades, son proclives al desconocimiento o poca percepción del riesgo. Es ahí cuando tenemos que crecernos como profesionales e incidir en su protección personal y colectiva. Ya ellos tosen y se cubren la boca con el brazo, cuidan la higiene de las manos, no se tocan nariz, ojos o boca, y mantienen distancia entre sus compañeros.
“No ha sido fácil lograrlo. Incluso al principio los padres no estaban muy confiados. Era lógico: había poca información sobre el virus; tenían miedo. Hay que ponerse en sus zapatos para entender cuán aterrador era dejarlos en un lugar. Ahora es diferente: trabajan tranquilos; saben que están en buenas manos.
“Y nosotros mantenemos el proceso docente: narraciones de cuentos, charlas, habilidades a adquirir en esta etapa del curso… Trabajamos en la comunicación y el desarrollo motor. A pesar de estas circunstancias, ellos requieren alcanzar los niveles de aprendizaje previstos”.
En pos de un nuevo curso
Ante la decisión de mantener en funcionamiento esa institución, no pocos han sido los esfuerzos de la dirección de Educación en Guanajay.
De sus intercambios cada martes, surge la idea de incorporar educadoras del círculo José Francisco Costa Velázquez y otros dos niños. Quienes residen o conocen la Villa Blanca saben que Zapaticos de Rosa es, cercano a los centros laborales de los padres que hoy no pueden cuidar a sus príncipes y princesas todo el día.
“Hacemos recorridos semanales para constatar cuanto acontece allí. Tenemos pocos trabajadores a distancia debido a la lejanía y a sobrepasar los 60 años de edad. No obstante, están copiando las actividades televisivas, estudian contenidos del perfeccionamiento del sector y reciben el ciento por ciento de su salario”, destaca Yamile Montero Valdés, jefa de la enseñanza de primera infancia.
“Otras visitan hogares y verifican que se vean los espacios diseñados en la parrilla del canal educativo, actualizan su documentación, seleccionan objetivos que quedaron por tratar, e intervienen en la planificación de procesos integradores. También actualizan la caracterización de grupos y el llenado de expedientes.
“De acuerdo con las orientaciones del Ministerio, restructuramos nuestros planes para reiniciar el curso. No limitaremos la cifra de otorgamiento, y cada cual irá al grado que le corresponde, después de cerrar como se debe la presente etapa lectiva.
“Ya me imagino cómo regresarán después de tanto encierro, y nos preparamos para ese momento (sonríe): será único, emocionante… y aquí les aguardarán sus juguetes, seños y amigos”, manifiesta emocionada Montero Valdés.
Héroes sin temor alguno
El día que por fin logremos vencer a la COVID-19 tendremos millones de historias para contar. Será un encuentro con lo que debimos ser siempre; habremos eliminado de una vez cada instante de turbación, pedazos de dolor, circunstancias de frustración y el tormentoso confinamiento.
Mientras, seguiremos viendo a esos pequeños dirigirse sin temor a ese otro hogar que los recibe con los brazos abiertos. Caminarán las mismas calles que el coronavirus, arriesgarán su corta vida, y se armarán de una coraza que después, de grandes, les recordará su hazaña.
Ellos desean que la pandemia llegue a su fin; todavía piensan que la pueden desaparecer con una varita cargada de magia, y esperan tranquilos que pase la tormenta para regalarnos un arcoíris.
Dicen que los héroes de verdad se quedan en casa, pero estos han demostrado estar a otro nivel. Tito, Brismary y las gemelas Liz y Lía siguen dando una lección de vida y resistencia, sin limitar a sus padres, porque enfrentando al “bichito verde” comienza su historia, esa que seguro tendrá un final feliz.