Para hablarle a los niños, pudiera usar mis recuerdos, muchos empolvados en la memoria de aquellos días cuando soñaba ser grande, ser maestra, costurera, mamá y cocinera, mientras me abatía entre ropitas cosidas por mí y muñecas “enseñadas” en un aula inventada, que almorzaban mi delicioso arroz crudo con pan y leche condensada.
Sin embargo, no voy a remontarme tan lejos en el tiempo. Tengo bien cerca imágenes de niños felices, mientras los adultos nos consternamos por el nuevo coronavirus, la ausencia del agua en la llave o la lluvia persistente, la última malanga en el viandero, incluso a veces por el azúcar y otras por la sal, que no alcanzan.
Hacerlos felices es tan complicado para nosotros y tan simple para ellos que, en esta ocasión, les pido permiso a los niños, pues como casi nunca leen periódicos, voy a escribirles a los padres y las madres, aunque pueda sonarles extraño al justificarme con el Día Internacional de la Infancia, el primer amanecer de junio.
Todos los niños o la gran mayoría están en casa. Así lo ha dispuesto la COVID-19. Ahora, sinceramente, todos o la gran mayoría de los adultos deseamos el regreso a la normalidad: la escuela, el círculo infantil, el deporte, las casas de estudio y de la Música, el juego de bolas o los patines en el parque…
¿Tal vez nos improvisamos la vida cada vez más fuera del hogar, o desplazamos esa educación innata de la casa por otras prioridades? ¿Será este mundo del siglo XXI más agitado que años atrás, pese a contar con mejores condiciones? ¿Hemos dejado a las instituciones la tarea de enseñar y también la de educar a nuestros hijos?
Esta cuarentena nos ha sacado mucho de lo que somos, y de lo que no somos. Es así como leo las décimas de una pionera de Bauta, en complicidad con la familia; contemplo dibujos de una niña de Mariel, motivada por el pincel de papá; o aprecio la actuación de una artemiseña, desde su propia sala, inspirada por mami.
Esas imágenes de acompañamiento y realización a favor de la niñez, contrastan con otras apreciadas desde la misma ventana: libretas en blanco de un pionero de segundo grado, pues la familia no sabe compartir las teleclases, y otras de castigos diarios a una niña de par de años, por ser intranquila y desordenar el hogar.
Nadie ha calificado este mundo como exclusivo de los adultos. Incluso cuando crecemos en edad, llevamos las enseñanzas y traumas vividos. Por eso los pequeñines deben aportar, entre sus posibilidades, a cómo quieren vivir, encontrar confianza hasta para guardar secretos; en otras palabras, participar.
Que ningún niño escoge venir al mundo, es una verdad repetida; mas, no tan comprendida. Nos toca amarlos, protegerlos, enseñarlos, compartir sus juguetes y garabatos, y ¡hasta mimarlos!, ¿por qué no? Así crecen con sus experiencias, habilidades y conocimientos.
Entre los 2 200 millones de niños del mundo, están el tuyo y el mío, quienes en Cuba no crecen en medio de guerras, intervenciones militares, explotación, abandono, desalojo, desnutrición ni otros dolorosos males.
Pero de la actual pandemia sí no escapamos. De modo que pensar y repensar en cómo hacer de este aislamiento y del #QuédateEnCasa un tiempo interactivo, aunque yo tenga que ir tanto tiempo atrás, a cuando soñaba ser grande, como maestra, mamá, costurera y cocinera, vale la pena por la plenitud infantil. ¡Ojalá este no sea solo el final de mi comentario, sino el principio de tus actuaciones!