Allí donde quizás en el silencio profundo de la noche se escuchan gritos de cimarrones y el olor a café rodeó algún día la hacienda perteneciente al francés Don Saint Salarrabe parece que el tiempo se detuvo en el siglo antepasado.
La brisa a 240 metros sobre el nivel del mar es más fresca, invita a cerrar los ojos e imaginar a señoras con vestidos largos y amplios, abanicos en mano y peinados rebuscados, adornados con las flores más bonitas de sus jardines.
El Cafetal Buenavista preserva las ruinas de la casa construida en 1801. De las 500 haciendas cafetaleras cubanas, cien se encuentran en Occidente, una de ellas fue la de los franceses provenientes de Haití.
Los primeros 26 esclavos africanos arribados al país —junto a su amo— cuando la Revolución Haitiana, se encargaron de llevar sobre sus espaldas miles de toneladas de materiales, para construir las macizas edificaciones.
Sus regiones lumbares debieron terminar destrozadas, pues las estructuras de los caminos han sobrevivido al paso de los años y fenómenos naturales, tanto que son capaces de asombrar todavía a los visitantes.
Saint Salarrabe llegó a tener una dotación de 126 esclavos para atender sus 107 hectáreas sembradas de café, con un rendimiento de entre 26 y 28 toneladas anuales.
Los señores vivieron aproximadamente 50 años en la casona desde la cual se observa la bahía de Mariel. Después decidieron irse: las tierras ya no producían igual, debido a la erosión en los suelos y el azote de huracanes que imposibilitaba el desarrollo de las cosechas. Entretanto, la competencia con Brasil y Colombia aumentaba. Al marcharse, la hacienda estuvo abandonada unos 150 años.
“Cuando la zona se reforestó, en 1970, se encontraron 74 ruinas, y la única parcialmente restaurada ha sido esta maravilla ubicada en plena Sierra del Rosario, a 1.5 kilómetros de la Puerta de las Delicias, centro de desarrollo sostenible de Las Terrazas”, revela la publicista del cafetal, Daylín Costa Hernández.
Hay objetos allí que rememoran los tambores sonando en los barracones y la huida de los esclavos hacia el monte. Frente a la casa, construida de lajas de piedras, una enorme campana anunció más de una vez el escape de algún cimarrón; ahora cada visitante debe hacerla tañer como símbolo de su estancia en el sitio.
En 1994, el Cafetal Buenavista se convirtió en una de las entidades extrahoteleras de Las Terrazas. Desde entonces, genera ingresos para sustentarse y acoger a sus laboriosos trabajadores.
“A los turistas, tanto extranjeros como nacionales, les fascina la historia. Además, vienen muchos franceses a conocer dónde estuvieron las raíces de Francia en Cuba.
“La exquisita comida latinoamericana, servida en la otrora casa de la hacienda, es degustada por más de cien personas a diario. Casi siempre tenemos completas las reservaciones, aunque cualquiera que llegue a estos lares puede subir a comer y disfrutar de la excelente vista”.
En el cafetal se descubre el olor de la calma, pero basta con ver los cimientos originales para imaginarse en el siglo XIX, quizás mirando de lejos a dos jóvenes feudales enamorados, el amor prohibido entre blancos y negros o las precariedades de los esclavos fuliginosos en los barracones.
Los secaderos de café, el horno de cal, el clásico recorrido por la tahona y los caminos empedrados, cuentan historias de horror y látigo, de fiestas y señoríos, de aroma de café, trabajo intenso y descalzo bajo el duro Sol de Cuba.
Por suerte, ahora se escriben versiones mejores: de luz y disfrute, de turismo y cultura, de una Cuba más bonita, capaz de arropar las historias del pasado y hacerlas viajar el mundo en fotografías.
