Diversos productos de primera necesidad, motivan grandes concentraciones y, aunque la cola es inevitable, no es complicado separarse, llevar nasobucos, ni que sean los más jóvenes quienes se dispongan a ese contacto social
Por el pollo o por una libra de pan, tras unas libras de papa o una balita de gas licuado, un jabón o pasta dental, las colas se convierten en parte de la cotidianidad de muchos, pero que estas lleguen a ser el “centro laboral de algunos”, o la manera de buscar dinero a costa de otros, lo considero una burda realidad que tiene que parar, o tenemos que parar todos.
En tiempos de coronavirus, cuando el aislamiento social no es una alternativa, sino la manera de sobrevivir a esta pandemia, que ya ha acabado, según reportes de la Organización Mundial de la Salud, con unas
30 451 personas en los cinco continentes, las colas son el repetido temor de todos los artemiseños, incluso más allá de la provincia, pues aún no es perceptible el riesgo asumido.
Lanzo dos flechas desde la misma dirección. Primero, apunto a esos seres que se han inventado en la plaza a dar turnos, hacer listas, muchos incluso acomodados en sillones la noche entera fuera de la tienda o la bodega para organizar la cola, y cobrar el fruto de su quehacer.
Ahí se incluyen otros personajes, también presentes entre los artemiseños que alquilan a sus bebés por 25 pesos, o más, para que otros burlen la cola y entren primero y —por duro que sea decirlo— se suman discapacitados o personas con necesidades educativas especiales, que entran una y otra vez, para ellos o para otros buenos y sanos.
Entre esta triste realidad, que lastima los valores humanos, existen quienes ya montaron en su casa una venta del mismo producto a unos pesos más, muchos hasta fuera del propio establecimiento, algo así como de una mano para la otra, y existe quienes defienden a las “coleras o revendedores”, como si se hablara de alguien solidario que te salva, hasta en momentos de coronavirus.
Mi segunda flecha va directa a los que ofrecen servicios, quienes no son responsables de la cola, pero sí pueden agilizar la venta con más dependientes, con la extensión de horarios de establecimientos de alta demanda, con lugares informales de comercialización cercanos a las comunidades, alternativas que deben dejar de verse como algo esporádico e ir más a lo habitual.
Productos como los de aseo, el pollo, las balitas de gas, las galletas, los medicamentos y la papa…, motivan grandes concentraciones y, aunque la cola es inevitable, no es complicado separarse, llevar nasobucos, ni que sean los más jóvenes quienes se dispongan a ese contacto social, para proteger a niños y adultos mayores, los más vulnerables en caso de trasmisión del nuevo coronavirus.
Son muchos los reclamos y las imágenes que la semana anterior nos mostraron la realidad de los artemiseños. Se había dado la indicación de cerrar escuelas, asumir el teletrabajo… y las colas colmaron la atención de muchos, tirando por la borda ese aislamiento social.
No disponemos de más tiempo para seguir equivocándonos; hay más de 30 000 personas en el mundo que ya no pueden rectificar cuanto hicieron mal para infectarse. Hay que repensar cómo evitar aglomeraciones. El pensamiento colectivo nos puede salvar, y el afincarnos a métodos acostumbrados, puede matarnos.
Es tiempo de cumplir, de reinventarnos cómo seguir vivos, de cuidarnos y cuidar a los abuelos, a los hijos, a las madres… Que no sea un muslo de pollo, un jabón o una papa los que nos despidan de la vida.