Nadie imagina el dolor de otros hasta ver las imágenes conmovedoras de médicos abrazándose o con un llanto incontrolable por no poder hacer más. Las primeras fotos de las enfermeras de Wuhan nos estremecieron a todos. También la instantánea de Jiang Wenyang, el médico retratado en la cama de una sala vacía del hospital temporal Wuchang, quien se convirtió en reflejo de sacrificio.
Cuba, adaptada a ser la nación pequeña que sale a salvar al mundo cuando peor está el panorama, no dudó en poner a disposición de la tierra lombarda a nuestros mejores profesionales.
De la tierra artemiseña hay dos sanitarios allí, aunque más bien son dos héroes de bata blanca. El corazón se congela cuando les imaginamos tan cerca del peligro, pero alivia la calma con la que se comunican y saberlos con los medios de protección necesarios para estar a buen resguardo.
“Estamos preocupados, pero él ya estuvo también en la misión cubana de la lucha contra el ébola y regresó bien, ahora no será diferente”, comentó en una llamada telefónica Laura Acosta, madre de dos jóvenes y esposa de Luis Enrique Lemus Padrón, médico general integral del policlínico de Güira de Melena e integrante de la brigada médica Henry Reeve presente en Italia.
Luis, más conocido como el Fabu o el Asesino del ébola por sus compañeros y coterráneos, está trabajando en el hospital de campaña de Lombardía.
“Aquí hay 32 camas -me cuenta-. Hay mucha tensión en la tropa, porque la situación está difícil y estamos en el área más peligrosa, pero nuestra misión es bajar el índice de letalidad. Vinimos a evitar que la gente siga muriendo, y confío en nuestra capacidad para lograrlo”, me escribió en un chat de Facebook.
“Me gusta la adrenalina, los extremos, lo difícil; lo fácil lo hacemos todos. Me expongo por preservar la humanidad porque constituye lo verdaderamente importante; este bicho no podrá con los humanos”, comentó.
Pero Fabu, cubano al fin, el amor por los ancianos lo tiene arraigado en el alma como la sangre en las venas. “Nos enfrentamos a pacientes muy mayores. Atendimos a uno de 94 años, con la enfermedad avanzada y patologías asociadas, lo cual complejiza su estado de salud”, me contó el pasado 26 de marzo con entereza mediada por un sesgo de melancolía.
Su suerte era no haber atendido a infantes hasta el momento. “Es más sentimental tratar a niños”. Eso lo imaginé, porque cómo se le explica a un pequeño la mortalidad de la enfermedad, que debe privarse de jugar y si está enfermo no es su culpa, pues quizás el tubo del cual se sostuvo en el metro estaba contaminado.
Mientras, el Fabu comparte habitación con Lariel Laza Cárdenas, un enfermero artemiseño de Bahía Honda -también vencedor del ébola-, aunque confiesa “apenas coincidimos por el intenso ritmo de trabajo; él también está en el hospital de campaña, pero casi ni nos vemos”.
Del otro lado del mundo, en Dukhan, Catar, está Rafael Rodríguez Pereira, uno de los 753 profesionales artemiseños de la Salud dispersos por 33 países, quien, por ahora, solo labora los días de guardia médica.
“Yo estoy en casa, controlado, solo y a salvo. Salgo nada más a buscar comida y los días de guardia. Todo está cerrado y nadie en la calle; funcionan medidas de protección extremas, pues existe mucho pánico”, asegura el sancristobalense Especialista de Segundo Grado en Anestesia y Reanimación, que lejos de su familia y su Patria pone en alto la medicina cubana.
Hace unos días estuvo cerca del coronavirus. “Aunque el hospital cubano de Dukhan remite los enfermos de COVID 19 a otros centros donde también hay cubanos, practicamos la cesárea a una embarazada que vivía con casos positivos en su familia, pero adoptamos todas las medidas de protección”.
Lo importante es que la sangre de Artemisa está en la cima del mundo y continúa brillando en la bandera de la estrella solitaria, porque donde quiera que vayan los médicos cubanos están la victoria, la fuerza y el garrote invencible del pueblo, tal como la flecha sanadora de la diosa griega que juntó el coraje y la sonrisa para salvar las guerras más difíciles.