Creado en 1983, este círculo infantil dispone de un salón de estimulación temprana, donde enseñan a niños con necesidades educativas especiales.
La sonrisa de un niño no miente. Y cuando no ha cumplido siquiera cuatro años puedes hablar de logros e indicadores pedagógicos, pero lo esencial es verlo feliz. Ese gesto natural de ojos empequeñecidos y dentadura afuera, revela confianza y cuotas de amor recibidas. Bien lo saben en este círculo infantil de la cabecera provincial de Artemisa.
Esperanza del futuro llamaron a la institución, y Esperanza Robaina nombraron sus padres a la educadora que atiende uno de los salones, quizás el más especial. No creo en la casualidad. Se trata de creer y hacer posible cualquier sueño. Se trata de confiar y pelear con todas las armas de la ternura, las más apropiadas en esta enseñanza.

A la veterana educadora, Licenciada en Educación Especial desde 1985 y ya con 14 cursos en el círculo, la rodean siete chiquitines en el salón de estimulación temprana: dos con síndrome de Down y el resto con necesidades educativas en la comunicación.
“Nos empeñamos en estimular el desarrollo del lenguaje, para que se comuniquen. Cada año procuramos vencer la mayor parte de los objetivos previstos, y prepararlos para la escuela. ¿Lo principal? Sentir mucho amor por los niños, por la profesión. Se precisa dedicación y responsabilidad. Apreciamos sus logros al entrar a la escuela; entonces, sentimos una gran satisfacción”.
Maribel Suárez, la comunicadora del centro, explica que “cuando les das amor, ellos socializan y comienzan a aprender. Esa ternura es la clave de todo”.
Sin cansancio ni rendiciones
Alexis Andrés cumplió cinco años. En septiembre habrá de incorporarse a la escuela, pero debió hacerlo este propio curso. Todavía no reconoce figuras geométricas ni nombra los colores. Aún le quedan por vencer los logros de un chico de cuatro años, explica Nancy Gale, la directora.
Nadie dijo sería fácil. Ni nadie se ha cruzado de brazos. “Ya disfruta de buena socialización, con niños y adultos, se comunica incluso mediante frases largas, y cumple órdenes en secuencias lógicas”. La paciencia y la tenacidad también deparan triunfos.
Esta profesión no admite cansancio ni rendiciones. Habrán de pelear por Brayan, el niño de tres años que llora mucho y no se comunica con palabras; por Reichel Javier, que en julio cumplirá solo dos años; por cada uno de esos principitos que han puesto en sus manos.
“El papá de Brayan nos dice que está muy contento con el círculo. Ve cuánto ha avanzado su niño, cómo vence objetivos que le resultaban difícil superar”, comenta Gale. “¿Cansancio? Por el contrario. Cuando llegas aquí, te reanimas. Es un trabajo precioso; por eso no se siente fatiga alguna. Basta verles contentos”.
Juegos y nostalgias
Según la directora, los padres se han tornado familia de los educadores. “Nos ayudan para que los salones se vean más bonitos. Así, con la unión entre los propios trabajadores y ellos, el círculo ha dado un cambio tremendo: hemos embellecido sus áreas y creado medios de enseñanza. Todos han puesto su granito de arena”.

Y de veras aquella parece una casa llena de juguetes. Para los niños jugar es vivir: el juego contribuye con su desarrollo, porque añade magia y emoción a su vida; les despierta sentimientos e imaginación.
Igual, en Esperanza del futuro, disponen de un televisor de pantalla plana para los pequeños de cuarto y quinto años de vida, donde suelen ver sus programas y escuchar música. Y el abastecimiento para meriendas y almuerzo tampoco falla.
En total, 43 trabajadores (21 educadoras y siete auxiliares pedagógicas) atienden a 181 niños. Nieves Hernández, Dulce María Díaz, Olga Lidia Peñalver e Isabel (Chavela) Sauchay vieron nacer el círculo en 1983. Otras más jóvenes, como Estela Ceruti y Mayelín Ortega, comparten el mismo amor.
Es un sentimiento maravilloso que no echan a un lado cuando llegan al hogar. “Ayer me puse a ver fotos de niños que ya están en la escuela —comenta Esperanza. Se me humedecieron los ojos, y mi sobrina me preguntó. Es la nostalgia, le respondí. Ella me había puesto una foto de Reichel como fondo de pantalla en la computadora”.

Un camino de oportunidades
Maribel Suárez también comparte sus recuerdos de Erick Daniel, un chico con autismo. “Al inicio, no le miraba el rostro ni a su mamá. Gritaba y lloraba mucho. Aprendió a alzar la mirada al rostro de las personas, a demostrar cariño, las normas de comportamiento… Ahora le va de lo mejor en la primaria Orlando Nodarse; es un niño eminente”.
Y lo comprobamos en ese colegio. “Erick está muy bien preparado. Le gustan mucho la Matemática, la Computación y el dibujo. Sus notas son sobresalientes, como siempre”, afirma Ana Ivis Díaz, su maestra de sexto grado.
“Le encanta que lo estimulen: lo aplaudan, le den un beso. Lo llevamos a la secundaria, para que vaya socializando con la escuela y los profesores, y queremos que —al menos en séptimo— mantenga su maestra de apoyo, como ahora”, asegura Eduardo Orta, el director de Nodarse.
Si antes fue preciso encaramarle sobre piedras, como si saltara por un río, con un puñado de hojas al final como meta, para que aprendiera a calcular, nunca más los números volvieron a ser un problema.
Han conseguido colársele dentro y despertarle de la intensa concentración en su mundo interior, para mostrarle un entorno que puede dominar. Ese camino de oportunidades comenzó en el círculo infantil, donde cada día creen y batallan con ternura en nombre de una hermosa esperanza.