El humanismo no depende de circunstancias. Se brinda solidaridad a quien la necesita de veras. La hermandad no espera a que la situación sea sencilla, a que nos sobre algo para ofrecer o no sea peligroso tender la mano. Si las naciones ricas hubieran ayudado al crucero MS Braemar, ¿qué mérito habría tenido el auxilio de Cuba?
No es cuestión de orgullo o vanidad, solo momentos que se repiten. ¿Qué haría este pequeño país enviando médicos o maestros a África, Latinoamérica, Pakistán, Indonesia e incluso a Timor Leste y Nueva Zelanda?
Si los más cercanos Europa, Estados Unidos, Japón o Australia, con recursos de sobra, socorrieran a quienes lo precisan, no haría falta exponerse al ébola, cólera, dengue o paludismo, a la réplica de un terremoto, la muerte a manos de un malandro o el secuestro por bandidos.
No podemos elegir la ocasión que consideramos más apropiada para auxiliar a otros. El cuándo es al instante en que alguien solicita ayuda. Bien lo sabemos en este Caimán Rebelde: la solidaridad de Cuba no cree en bloqueo, ni escasez, ni peligro, sino en humanismo, en las urgencias de esos seres humanos a los que podemos y debemos apoyar.
Mi Cuba linda, la que con tan pocos recursos hace tanto, de nuevo me enorgullece. ¡Pobres de los mentecatos que tildan de politiquería el gesto de la mayor de las Antillas! De ser así, ¿por qué otros no aprovecharon la oportunidad? El mundo —no los lerdos, los enfermos de odio, ni los poderosos que vuelven la vista ante los necesitados— sabe que Cuba anda de hermana.
Ya lo dijo el colega Ariel Terrero: “No tengo dudas del paso que hubiera dado José Martí. No imagino al Che ni a Fidel escondidos tras el apelativo ‘sensibilidad al Covid 19’ con que cerraron sus puertos otros países. Yo sé hacia dónde hubiera extendido su mano Cristo.”
Igual mi buen amigo está seguro de la actitud que hubieran asumido Francisco de Asís, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Teresa de Calcuta y Nelson Mandela.
La periodista Liudmila Peña supo explicar qué significa que Martí nos legara la Patria. “No es solo el suelo que pisamos, sino los gestos que nacen de nosotros, sus habitantes”.
Jesús Álvarez, de la radio villaclareña, se puso en la piel de los viajeros. “El ser humano está preparado para soportar el odio, la injuria, el desamor, pero no para sentir que la humanidad entera te desprecia, que tu vida no le interesa a nadie. Eso debieron pensarlo turistas y tripulantes del MS Braemar, al menos hasta que vieron en medio de un universo sordo a su reclamo, el brazo alzado de la Cuba hermana.
“Yo pude ver ahora a los cruceristas de mi historia dar las GRACIAS A CUBA, abrazados, al conocer nuestro gesto solidario. Con eso me basta. Después de esta noble acción siento más orgullo de haber nacido en la Cuba de Fidel”.
Esta vez no se repitió la historia del barco cargado de judíos que huían de una muerte segura ante los nazis, y el Gobierno de entonces (marioneta de los intereses de Estados Unidos) no les permitió la entrada. Ni aun la dureza de estos tiempos arrancará el humanismo a nuestros corazones.
Pero la operación, que tanto incomoda a algunos, fue realizada según estrictos protocolos de protección para evitar contagios.
No tenemos los 200 000 millones de euros de España ni los 50 000 millones de dólares de Estados Unidos. Mas, en caso de emergencias, no hay país como Cuba tan volcado a superar una catástrofe, con personal entrenado para derrotar epidemias, vencedor del ébola y el cólera.
Estos son tiempos de solidaridad, de reforzar la cooperación internacional, de entender al fin la salud como un derecho humano… y de aprehender aquella lección de nuestro Martí de que “allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien”.