La esperaba ruda y alta, fuerte y corpulenta. Pero no, Yassenia Apaceiro, de 20 años, es de rasgos sencillos, voz suave y muy delgada. Estudiaba en el preuniversitario Eduardo García Lavandero, de la Villa Roja, y un día en el aula escuchó a unos compañeros del Comité Militar que fueron a hablarles del Servicio Militar Voluntario Femenino (SMVF).
No fue entonces que decidió vestirse de verde olivo. “La verdad les presté poca atención. Nunca me lo había planteado ni era algo que deseaba”, confiesa.
Unos meses después, debido a la depresión devenida de no obtener los resultados esperados en la prueba de ingreso de Matemática, una tía le comentó sobre las posibilidades que tenían las muchachas al optar por el SMVF y, sin dudarlo, acudió al sector militar para saber bien de qué iba y conocer sus ventajas.
“El 4 de agosto de 2017 fue el llamado. Al llegar, ¡imagínate!, estaban todos mis compañeros de aula, preguntándome si había enloquecido. Siempre fui muy mimada, y no era eso lo que ellos esperaban de mí”, revela.
El bus se marchó hacia la unidad militar. El padre lloraba. La madre la apoyaba. El abuelo la aclamaba porque la veía como la Celia Sánchez de la familia, y eso lo llenaba de orgullo. Ella solo pensaba en su meta: ingresar en la Universidad de La Habana.
“El impacto de ponerme el uniforme y alejarme de casa fue duro; me chocó muchísimo. Al inicio éramos 18 muchachas, y solo terminamos ocho. La previa fue en El Castillito y me ubicaron en la escuelita.
Allí trabajaba directamente con el mayor Ilde, pues era la única que había culminado el grado 12”, cuenta con rapidez y emoción, como si hubieran sido tres días, pero la nostalgia de saber un tramo más largo le hace romper la nitidez de los ojos.
Así pasó cuatro meses de viajes entre Mariel y Artemisa, y ni eso consiguió amilanar a “la rubia que parecía débil”, como muchas pensaron.
“Quizás suene a cliché; sin embargo, el Servicio me sirvió de mucho, incluso para saber quiénes eran mis verdaderos amigos, pues algunos se alejaron. Y me enseñó sobre respeto, disciplina y orden”.
Yassenia fue decidida a luchar por un sueño. Su meta era más grande que superar el verde constante del uniforme y los olores no tan agradables (que solo ella se sentía); por eso, en uno de los bolsillos del pantalón, guardaba celosamente un perfume pequeño.
“Un buen día decidí cortarme un poco el pelo, y muchos me preguntaron si —al igual que en los varones— era un requisito. ¡Para nada! Las mujeres militares deben estar perfectamente arregladas: las uñas, el pelo y siempre maquilladas, pese a pasar horas en un campo de infantería; también eso era bonito”, señala.
Luego se trasladó al sector militar ubicado en la cabecera provincial, y ahí comenzó la verdadera recta final y la lucha por su quimera.
“No tengo quejas de ese lugar. Los directivos siempre me apoyaron y priorizaron mi interés por el estudio. Esas son las facilidades que no explican cuando van al aula”.
Ahora Yassenia cursa el segundo año de su carrera en la Facultad de Turismo de la Universidad de La Habana. No se arrepiente ni un segundo del sacrificio vivido; cree que tanto los peores momentos como las mejores y más intensas experiencias la llevaron hasta donde se encuentra hoy.
“Mi momento más duro fue la primera noche cuando salí de casa; el más feliz, cuando me otorgaron mi carrera, ya eso me hizo borrar cansancios e incomodidades”, asegura.
Quien la ve caminar por las calles no imagina que domina una AKM y enfrentó sus miedos, a todo, por cumplir un sueño. Yassenia es un ejemplo de mujer verde olivo por dentro, de esas que no se dejan caer por el primer rasguño, sino que luchan con sus garras para atrapar las estrellas fugaces y las hacen suyas.