“Amo tanto a mi pueblo que si yo no fuera
ariguanabense hubiese querido serlo”
Félix Romero de la Osa
Para el joven Missael Acosta, pintar o escribir es una especie de juego que vuelve loco al tiempo. No anda las calles de San Antonio de los Baños con la paleta de colores, pinceles, acuarelas y un caballete al hombro como muchos imaginan; va siempre agitado, buscando la luz natural para encontrarse a sí mismo.
Vive en una monotonía divertida entre lo cotidiano y lo creativo; incita desde el arte a pensar, a soñar… a creer.
Cuando lo descubres entiendes los algoritmos de una mano talentosa o las zozobras del pensamiento humano. Se considera “muy semiótico en la poesía y muy semántico en los cuadros”, tanto que a veces peca de ello. Su genialidad va más allá de los lienzos y los versos. En un estudio manchado de tonalidades ve cómo funciona la obra, mientras toma pertinentes decisiones sin salpicar alrededor.
“En 1996 dibujaba posters de bandas de rock and roll, en files y cartones viejos que luego colgaba por toda la casa. Desde mi ventana se ve el Paso del soldado, una zona muy bella del río Ariguanabo donde venían a filmar estudiantes, profesores y actores de la Escuela de Cine. Ellos me decían que fuera más allá de dibujar esas figuras, que empezara una carrera como artista; así comenzó este camino sin fin.
“Terminé estudios en la Academia de Bellas Artes San Alejandro (2001-2005), pero sería injusto no decir que mi primera escuela fue en la Casa de Cultura Raymundo Valenzuela, con el instructor de arte y entrañable amigo Francisco (Panchito) Martínez Villamil”.
Si realiza un resumen de su vida, se aclarará que Misael Acosta produce arte en cada acto del día. “Los verbos de pintar y escribir se camuflan en diferentes actividades, cambian de soporte, precisamente por no soportar lo mediocre y huir al refugio de la magia: no tiene que ser pintado un lienzo o escrito un texto; ¿acaso no hay poesía en el acto de pelar una papa?, decía Dulce María Loynaz.
“Creo mis obras literarias y plásticas por necesidad imperiosa, por salvarme en un acto de puro egoísmo, pero es un egoísmo colectivo: cada una es nosotros-ellos-ustedes, no yo-el-ella; en cada pieza está la factura y el dominio de la técnica. Si quedara algo de lo que hago hoy, que sea el tiempo quien diga”.
Desde murales hasta dibujos, cada trazo revela el homenaje a la tierra que le vio nacer. Molinos, árboles, personajes y un río en reclamo del derecho a fluir, confluyen indistintamente cuando decide entregarse sin reproches. “San Antonio es identidad, motivación… me mantiene creando. Fuera de él se me pierde algo, se me apaga el motor”.
A partir de 1998, comenzó a engrandecer su carrera. Cuenta con premios en artes plásticas, humor gráfico y poesía. Más de 70 exposiciones avalan la originalidad de sus obras, algunas en galerías de Canadá, Estados Unidos, Hungría e Italia. Desde finales de 2017 acude a reconocidas instituciones de Mérida, Yucatán, como el Centro de Artes Visuales, el Gran Museo Maya y el Centro Cultural Olimpo, como colaborador de la Galería Arte 1010.
Trabajar 12 horas diarias resulta el mejor maestro de este artista, aunque los sueños también impulsan su oficio. “Del cielo solo caen agua y truenos. Me he agarrado a esa nube invisible, y he salido por ellos, dispuesto y rebelde hasta lograrlos. Si amanece un sueño y se hace realidad, no se puede convertir en utopía mañana».
Missael Acosta prefiere ir dibujando y escribiendo el camino. Ignora el tiempo, pues sabe de dónde vino y a dónde va. Se aventura, corre riesgos, llega hasta las últimas consecuencias, influye en cambios y deja de ser convencional. Usa un espejo de cristal para ver su rostro, mientras usa obras de arte y poemas para ver su alma.