Hay pequeños poblados que parecen no ser de nadie. Como un oasis en medio del desierto, la comunidad playera Herradura existe a unos kilómetros del municipio Mariel. Allí, donde un poste establece referencia para tener cobertura en el móvil y la 3G apenas es un experimento, viven alrededor de 50 personas y 3 niños asisten a la escuela más cercana a siete kilómetros de distancia. , y algunos van de vacaciones.
En ese lugar, la Empresa de Alojamiento de Artemisa tiene unas casas las cuales oferta a muy buen precio, pagables por los obreros y que, con muy buena pinta, te venden en el buró de reservaciones.
“La mejo es la siete. Está disponible a partir del 23 de octubre”, así le dijo quien atendió a mi padre en el buró de reservaciones cuando asintió a apartar esa fecha para sus vacaciones.
Los días antes nos preparamos para el viaje a la playa, a una de las mejores casas que “supuestamente” tenía la empresa en esta playa. Mas, cuando llegamos allí ¡sorpresa!
Nos recibió una muchacha, quien de buena gana y sin ánimos de ser portadora de malas noticias, advirtió “la casa tiene dos plantas, el baño de abajo no funciona, casi lo tenemos clausurado; ahora mismo no tendrán agua y la piscina es su responsabilidad, o sea, le cambian el agua cuando elijan porque tienen una turbina disponible en la casa”.
Bueno, hasta ahí la cosa no pintaba tan mal, eso sí nos había quedado claro que tendríamos un baño de menos.
Lo retorcido fue llegar a la casa y encontrarla sucia, descubrir aires acondicionados congelados y por los cuales apenas corría una brisa, no tendríamos cubiertos ni loza disponible y, para mayor asombro, más de una cama era sostenida por piedras y bloques en la mediación intermedia.
El primer día no tuvimos agua en los grifos de la casa, pero sí en la instalación suministradora del agua a la piscina… Dedicamos dos jornadas estivales a limpiar la casa y, por supuesto, la piscina: donde la mazamorra vivía feliz.
Entretanto, descubrimos una playa hermosa a la cual no iba desde que vestía batas de guinga rosa y cargaba unos siete u ocho años de edad.
Me dio dolor ver cómo en la orilla donde aprendí a nadar y en la cual una comunidad de pescadores se erige, hay infinidad de basureros, hierbazales yaguas verdes estancadas adornando casi cada una de las cuadras.
En Herradura no hay puesto médico, aunque sus pobladores comentan la necesidad de abrirlo de nuevo,un día de estos. “Aquí cada cual debe tener un botiquín particular”, me dijo René mientras arreglaba, con herramientas propias, el problema del agua de la casa que habitamos por cinco noches.
Yo, en mi afán de perfeccionista e idealista de servicios siempre mejorables, protesté dos o tres veces (nos les caí muy bien creo); me preguntaba ¿estoy de vacaciones o he venido a un trabajo productivo?
“Aquí nunca viene nadie” me dijo el compañero de René, “los que reservan no saben nada de cómo está esto”, continuó. Toca repensar el sistema y los reportes obtenidos de ambos lados, pues deberían integrarse para que las vacaciones no se conviertan en un calvario y sí en disfrute pleno; al menos ofrecerse la información necesaria para alertar al cliente de cuánto debe llevar consigo para aclimatarse en la casa.
Al final en la playa una la termina pasando bien, porque el agua del mar relaja las tensiones más escabrosas y las fotos del viaje fueron, casi todas, lindas; pero no se supone, cuando reservas, que durante tus vacaciones seas cómplice del trabajodeparado a otros.
Muchos de los problemas son perfectamente solucionables con poco presupuesto. Eso sí, con la convocatoria e implicación de quienes asumen la dirección de la empresa mucho se podría solucionar. La cultura del detalle no puede ser solo cosa de lemas ni insignias, requiere acción rápida y oídos receptivos.