Con dos misiones internacionalistas a cuesta, la doctora Mayte Pérez Gómez conoce de cerca lo que es dejar atrás la comodidad del hogar y a sus seres queridos por el bien mayor. Sabe del dolor de la partida, de la llegada a nuevos sitios y de cuánto puede lograr el amor.

Primero estuvo en Venezuela en el año 2003, luego en 2017 llegó hasta Brasil. En ambos sitios vivió desde las tensiones típicas de cada país, hasta el amor infinito que profesa el agradecimiento de muchos, esos a quienes suele resultarles imposible acceder a un servicio médico.
“Venezuela fue toda una prueba de fuego. Llegué entre los participantes de la primera misión internacionalista Barrio Adentro, y debimos aclimatarnos a un contexto bien diferente al nuestro. Convivíamos con los venezolanos y, además, existía un nivel de insalubridad inmenso.
“De aquellos días recuerdo cuando a las 4:00 de la mañana fueron a buscarnos, a mí y otra doctora, para asistir un parto. Trabajábamos juntas. En ese horario no se nos permitía movernos fuera de nuestra casa, pero decidimos ir.
“Ahora pienso en el riesgo que corrimos, y sin ninguna duda sostengo que es una muestra clara de la admirable entrega de los profesionales cubanos… y de cuánta responsabilidad teníamos con los pacientes”.
Con 22 años de labor, actualmente desempeña el cargo de jefa del departamento médico en la Dirección Municipal de Salud de Caimito. Desde allí encaminaba sus esfuerzos cuando partió hacia el gigante sudamericano.
“De Brasil regresé en 2018. Estuve poco más de un año de misión internacionalista en un pequeño pueblo de nombre Baixao Dos Honorato. En un consultorio atendía más de 1 000 habitantes. No vivía en el mismo pueblo, sino más allá, aunque en el propio municipio, y me trasladaba a dar las consultas.
“El recibimiento fue caluroso. Cuando llegas siempre te sientes insegura, un poco confundida. Pero, en cuanto arribé al lugar donde permanecería, me visitaron las autoridades de Salud para ver qué necesitaba, me enseñaron el hospital y dónde trabajaría.

“La primera barrera es quizás el idioma. Pese a haber pasado un curso en Cuba, la realidad se nos presenta bien diferente; fue como comenzar de nuevo. Por suerte, las personas enseguida te acogen; la población es muy agradecida, tanto que después de un tiempo llegaba al consultorio gente de otros lugares a atenderse.

“Otro de los grandes choques fue con respecto a la forma de examinar a los pacientes; ellos no están adaptados a que el médico los toque. Además, en la consulta la silla no se coloca a la derecha, sino en el frente; nos separaba el buró. Lo primero que hice fue restructurar todo, y comenzar a enseñarles mi método de trabajo.
“Insistí en la importancia del examen físico. Nunca olvidaré aquel día en que llegó a mi consulta un niño con un absceso retrofaríngeo. Ya lo había visto un pediatra. También lo habían atendido en el hospital, sin embargo, solo trataron la fiebre, y no descubrieron la verdadera causa de sus síntomas.
“Hay disímiles ejemplos, porque la idiosincrasia en cuanto a la atención médico-paciente es bien diferente. En la consulta, nunca pude colocarle un espéculo a una mujer embarazada; para eso, ellas acudían al ginecólogo, así que no lo permitían.
“Tuve otra paciente de 60 años, la cual me pidió un chequeo de rutina; al recibir los resultados de los análisis, descubrí la presencia de anemia. Ella me aseguró que no le preocupaba, porque la había padecido durante años, pero en el examen físico constaté un vaso palpable, lo cual indicaba alguna anomalía. Por si no bastara, tenía una adenopatía axilar.
“Me reuní con su familia, y les expliqué que todo parecía indicar leucemia, como luego demostraron los exámenes.

“Muchos de estos casos me indicaron la importancia de la entrevista con el paciente, de poder examinarlos, y no solo emitir una receta o estar apenas unos minutos con ellos para cumplir el protocolo”, afirma.
Por supuesto, la tristeza y la nostalgia siempre estaban presentes, eso que los cubanos conocemos como gorrión. En casa había dejado a sus dos hijos Gaby y Fernando, y a su mamá. Las nuevas tecnologías le permitían comunicarse con ellos constantemente, pero no era igual.
“Fernando tenía apenas ocho años; le resultaba casi imposible hablar conmigo. Para combatir cuánto los extrañaba, yo estudiaba mucho”, revela la doctora.
“Viendo en retrospectiva, fue difícil separarme de mi familia en cada ocasión, también adecuarme a los nuevos sitios, e incluso dejar atrás Brasil sin poder despedirme de mis pacientes.
“Cuando nos informaron que debíamos regresar, luego de las declaraciones del presidente Jair Bolsonaro, no hubo tiempo para casi nada. Si volviera a encontrarme en idéntica situación, reaccionaría de la misma manera: volvería. No me lo pensé, pues primero tenía un compromiso moral, e igualmente estaba mi familia”.
En cada palabra denota compromiso y un amor inmenso hacia su profesión. Al narrar esas historias, no puede ocultar el nudo en la garganta y los ojos llorosos. Ella viste con orgullo su bata blanca, su eterna responsabilidad ante el juramento hipocrático y el humanismo que ha probado ser tan necesario como un medicamento de última generación.