Con muy breve tiempo de diferencia, dos escritores amigos, Maikel Paneque y José Antonio Martínez Coronel, me pidieron un texto narrativo y uno poético, respectivamente, para un par de antologías que, dentro de Cuba en el primer caso y fuera de ella en el segundo, rinden homenaje al aniversario 500 de la Fundación de San Cristóbal de La Habana.
Accedí sin titubear. La Habana es la ciudad que no solo cumple cinco siglos de vida, sino el lugar donde vine al mundo, donde dejé historias de amor y amistad entrañables (y millones dejaron las suyas) que hoy forman parte indestructible de mi existencia cincuentenaria.
Seguramente igual les ocurre a otros que, sin haber vivido jamás en ella o haber vivido poco (ese es mi caso), la convirtieron en fuente de inspiración o escenario de alguno de sus relatos, novelas, poemas, obras dramáticas…
Así sucedió con la música. Hace apenas unos días, la prestigiosa investigadora Rosa Marquetti publicó en su espacio de Facebook el título de 383 canciones que, como resultado de las inspiraciones de cubanos y extranjeros, le habían cantado a esta ciudad, llamada con toda razón y derecho “la capital de todos los cubanos”.
En este listado con ánimos de crecer (¿llegará a 500 también?), descuellan textos y géneros musicales de todo tipo, de autores, solistas y grupos más y menos recordados, más y menos célebres, radicados en la nación caribeña o fuera de ella, vivos o fallecidos, hasta conformar un delicioso aquelarre politonal, del cual habaneros y cubanos pueden sentirse realmente orgullosos.
Sin dudas, y de manera pródiga y diversa, “La Habana ha sido una ciudad contada y cantada”, tal como expresó el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
De todas las canciones, sin embargo, reparé especialmente en una: Esto no es una elegía, compuesta por el trovador ariguanabense Silvio Rodríguez, un tema que, allá por la década del ’80 del pasado siglo, en mis tiempos universitarios, formó parte de algunas de mis desazones en cuestiones amorosas. ¿En cuántas ocasiones escuché esta canción entonces? No sé. Miles de veces.
Ya con mucha agua corrida bajo el puente, he descubierto este título entre los 383 señalados por Rosa Marquetti y, a las puertas de los cinco siglos de La Ciudad de las Columnas, profundamente amada por Lezama y Carpentier, Dulce María y Gastón Baquero, Cintio y Fina, Emilio Roig y Eusebio Leal, Ignacio Cervantes y Juan Formell… y por tantos y tantos otros, tengo a bien tomarme el atrevimiento de regalarles la letra de esta hermosa pieza, donde las fuerzas del amor y la ciudad se funden en una sola.
Esto no es una elegía
Tú me recuerdas el prado de los soñadores,
el muro que nos separa del mar, si es de noche.
Tú me recuerdas, sentada,
ciertos sentimientos
que nunca se sabe que traen en las alas:
si vivos o muertos.
Me quito el rostro y lo doblo
encima del pantalón.
Si no he de decir tu nombre,
si ajeno se esconde
no quiero expresión.
Suelen mis ojos
tener como impresos
sus sueños risueños
Tú me recuerdas las calles de La Habana Vieja,
la Catedral sumergida en su baño de tejas.
Tú me recuerdas las cosas, no sé, las ventanas
donde los cantores nocturnos cantaban
amor a La Habana.
Esto no es una elegía
ni es un romance, ni un verso:
más bien una acción de gracias,
por darle a mis ansias
razón para un beso,
una modesta corona
encontrada en la aurora.
Tú me recuerdas el mundo de un adolescente,
un seminiño asustado mirando a la gente,
un ángel interrogado,
un sueño acosado,
la maldición, la blasfemia de un continente
y un poco de muerte.