Al escritor artemiseño Luis Carmona Ymas, habrá que agradecerle siempre su intensa vocación por el magisterio, sobre todo en lo que a enseñanza y promoción de la literatura y la escritura se refiere. Él acaba de concluir –de manera muy exitosa- el Primer Curso de Técnicas Narrativas Cirilo Villaverde, auspiciado por la Uneac en Artemisa, con la participación de más de 20 talentos en ciernes y de algunos que, sin ser tan novicios, no han dejado nunca de crear ficciones.
Sobre esta experiencia quise conversar con él, y las respuestas de Carmona no se hicieron esperar…
Concluiste recientemente, en calidad de coordinador y profesor, el I Curso de Técnicas Narrativas Cirilo Villaverde, del cual se graduaron una veintena de alumnos. ¿Cómo fue esta experiencia en un momento en que la contemporaneidad parece no querer mucho a la literatura?
Superficialmente se pensó que leer menos textos impresos provocaría la deserción masiva de redactores y creadores de ficción, sin embargo, la realidad nos ha demostrado que el tiránico dinamismo de la modernidad casi multiplica la necesidad de escritores.

Estas ideas quizás expliquen por qué de una ambiciosa matrícula límite de 22 alumnos, el primer curso provincial de literatura creativa (2018-2019), debió comenzar con 31 alumnos de diez municipios.
Andando los días, se sumaron otros hasta un total de 52, que asistieron por lo menos a un encuentro. Finalizaron 23, de los cuales 18 asistieron establemente, quienes, en definitiva, fueron los que se graduaron.
Al cabo del curso, ¿lograste ver jóvenes alumnos que, en un futuro no distante, pudieran convertirse en escritores?
En el trabajo de mesa que necesariamente debimos realizar, los profesores comentamos: si terminan cinco o seis alumnos, será un éxito y, si de los que se gradúan uno solo da pruebas de que es un verdadero talento, pues ¡aleluya!
En razón de la brevedad, resumo: mientras se formaban como escritores, ocho alumnos obtuvieron 20 premios y menciones en concursos de narrativa. Destaco tres premios internacionales: dos de Alina Moreno Rodríguez y uno de Reinier del Pino Cejas.
Alina y Reinier, y también Yunia Rodríguez Martínez, tuvieron la suficiente voluntad para terminar sus primeros libros de cuentos, y el atrevimiento de enviarlos a competir al Premio David de narrativa. No exagero al pensar que cinco, quizás seis de los graduados llegarán a ser reconocidos como escritores, no solo en nuestra provincia.
¿Qué es lo que más admiras y más deploras de esta aventura en el I Curso de Técnicas Narrativas?
Recuerdo con gratitud la humildad de los alumnos -casi una decena eran profesionales-, y su comprensión de que nada sabían de escribir artísticamente; la disposición de los narradores Olga Montes, Marilú Rodríguez, Miguel Terry y Danilo Felipe, la de los poetas Mireisy García, José Alberto Nápoles, Ediel Perez y Reinaldo Riverón, a trabajar como profesores por una remuneración mínima.
A esto sumaría, el apoyo de los técnicos de la biblioteca provincial; la comprensión de la trascendencia de lo que nos proponíamos por parte del ingeniero Israel López, jefe del departamento de desarrollo local del municipio de Artemisa, cuya gestión personal determinó que insuficiencias logísticas se fueran superando hasta tener las condiciones idóneas.
Si algo deploro es haber publicado solamente dos números de El escritor, el boletín del curso, y su tirada de unos pocos ejemplares.
En un mundo donde el audiovisual es rey, ¿vale la pena apostar por ser escritor de literatura?
A “un genio estrafalario” (la frase es de la poetisa Shatila Valdés) como Paco My Friend, cierto amigo de alcoholes baratos le dijo: “No entiendo para que tú escribes si eso no da nada”. Paco levantó la vista y lo miró por encima de los espejuelos, quizás procurando una de sus punzantes metáforas.
Pero no pudo ser más coloquial: “Chico, porque si no escribo reviento”. ¿Te responde Paco por qué todavía algunos apostamos por hacer literatura?
Si algunos jóvenes alumnos no llegan a convertirse en escritores, ¿qué les queda en la bolsa?
En el curso insistimos en la importancia de la lectura para alimentar la opinión propia, en que el debate y la crítica siempre son necesarios y, por tanto, positivos. Recuerdo que la bienvenida a los alumnos se la di con Palabras prescindibles.
Copio uno de sus párrafos: “El curso pretende servir de brújula y abreviar el tiempo de aprendizaje, ayudar a abrir puertas, a informar y dotar a los alumnos de conceptos y técnicas imprescindibles.
Si el curso les resulta útil, al menos para aprender a redactar una oración, y haber conocido a nuevos amigos, será suficiente para darnos por satisfechos. Si, además, entre todos logramos que nos sirva para ser un poquito mejores seres humanos, estaremos dos veces satisfechos”.
Te garantizo -y puedes entrevistar a los alumnos- que todos, el 6 julio de 2019, sin excepción, eran amigos y un poquito mejores como seres humanos. ¿Tú crees que eso quepa en alguna bolsa?
¿Cómo valoras el aporte de los escritores que colaboraron en calidad de profesores en este primer curso?
Resultaron la sazón del éxito. Ahora mismo me preocupa que, por falta de presupuesto, empiece el segundo curso sin ellos. A este contratiempo traté de buscarle una solución, hablando con la directora provincial de Cultura, pero no fructificó.
Dirigir, coordinar la logística, prepararme teóricamente, enfrentar a los alumnos, llevar la documentación y “tallerear” manuscritos, me mantenía tenso desde días antes del encuentro. Se incrementará la tensión, quizás se reduzca mi eficiencia, pero no la voluntad de seguir adelante.
¿Qué ha sido para Luis Carmona la literatura, el magisterio y el haber tenido alumnos que llegaron a ser escritores premiados y reconocidos?
He tenido la suerte, como soy un lector a tiempo completo, de aconsejarle lecturas al 99,99% de los escritores del municipio de Artemisa, desde 1997 hasta hoy. A algunos les prestaba los libros y de devolución, nada. En los inicios de todos los escritores es determinante este paso.
Recuerdo que a Alberto Rodríguez Tosca, como era un amante de la rima, el primer libro que le recomendé fueron los tres tomos de la poesía cubana antologada por Lezama Lima; a Olga Montes le presté Quince relatos latinoamericanos, Sala número 6 y otros relatos, de Chejov, y le regalé los dos tomos de Ulises.
A Dana Henríquez le presté a Tagore, y después a Vallejo y la Rayuela de Cortázar, de cuyo libro es fanática; a Wendi Ferrer González, cuando tenía 11 años, la fui a visitar a su casa con una jaba de las grandes, llena, no de viandas sino de libros, de títulos clásicos que paladeó de punta a cabo en menos tiempo del que supuse, y te pudiera decir lo mismo del resto de los actuales escritores artemiseños.
A los alumnos del primer curso, si les preguntas, te dirán que el profe les pedía no perder tiempo leyendo cualquier libro, sino los libros formadores, los cuales les recomendaba insistentemente.
De esto me ufano, de haber aconsejado lecturas oportunas a quienes hoy son escritores reconocidos, y también a quienes estoy seguro ahora mismo caminan hacia la meta.