Fue como una especie de sorpresa, descubrirlo con sus colibríes atados a una pita, como casi un cómplice natural rodeado de orquídeas en los 35 mil metros cuadrados dedicados a esta y otras especies, en Soroa; ese encanto de jardín, Patrimonio Nacional.
Viene desde El Martí, en San Cristóbal, y amanece en El Orquideario con la frágil belleza y el delicado perfume que encanta a muchos, pues, tras tropezar una y otra vez, Michel Quintana Ramos, artesano por motivación e impulso, acá encontró sitio seguro desde el 25 de enero de 2018, al insertarse como trabajador por cuenta propia.
“Tal vez porque mi andar nunca me ha sido fácil, trato de aprender de los golpes y abrirme paso”, dice, mientras muestra las manos rasgadas por las limas, los objetos cortantes, las barrenas…más las recorterías de piñón florido, castañera, granadillo, pino y otras maderas, que en un pequeño bohío como taller, da vida.
Aún recuerda, “¿cómo olvidar cuando, con unos 20 años, trabajaba como barrendero, al igual que mi padre? Algunos intentaron darme “cuero”, pero se aburrieron y entonces me decían el barrendero farandulero, pues me gusta divertirme, pero sano”.
“No me gradué de nada, pero sabía que debía buscarme qué hacer, y mejorar, aunque siento mucho respeto y orgullo de mi padre, quien sigue apegado a esos menesteres en otras funciones, ejemplo de ser humilde y sencillo, combinación perfecta con mi mamá, trabajadora en un Círculo Infantil.
“Me fui a La Habana y le dije a un artesano que me enseñara a hacer colibríes, pues esas aves me llaman la atención. Me miró como pensando, ¿estás loco?, pero insistí y ya tengo en qué ocuparme de forma legal, no para hacerme rico, pero sí para vivir, satisfacer mis necesidades, apoyar a la familia, y sobre todo a Valeria, mi hija de tres años”, dice contagiado de orgullo.
“Después pasé de todo, pues, ¿cómo y dónde los vendía? No salía de un lío para entrar en otro, hasta que me dieron esta gran oportunidad de estar dentro de El Orquideario, con todos mis papeles en orden.
“A veces paso las noches y madrugadas trabajando en mis colibríes. Mi novia me entiende, pues también es artesana, pero en Las Terrazas, sobre todo trabaja la tela.
“Lo más difícil son las alas, las hago por parejas, unas 50 a la vez, izquierdas y derechas, y así las otras partes que ensamblo. Me gustan mucho las piezas elaboradas con tarros, y huesos que primero hiervo para hacerlos más flexibles y tallar mejor.
“Y es así, como de lunes a lunes, estoy en este lugar natural y medio rústico, donde de vez en vez, están mis colibríes y otras piezas, junto a ese mismo animalito con otros, volando tranquilos entre las flores”.
Que haya colibríes, de diferentes tonos, por otros sitios artemiseños pudiera ser algo pendiente, sin embargo, no le obsesiona aún, amas deja la puerta abierta, pues a esas manos arrugadas, próximas a cumplir 26 años de edad este 13 de mayo, les presagio mucho futuro.