Basta entrar a un taller de producción en cadena para descubrir lo que es trabajo: el afán de uno depende de la rapidez y el esfuerzo del anterior. Tal como en esas películas de manufactura, allí la faena corre de una en una y sin detenerse un instante: como las hormigas.
Así de engorrosa es la labor en la Fábrica 114 Julito Díaz, de la Unidad Empresarial de Base (UEB) Confecciones Ariguanabo, perteneciente al Ministerio de Industria, donde 72 máquinas no paran de hacer costuras para vestir a quienes defienden, en primera fila, a nuestro país.
Ubicada en la capital artemiseña, la textilera cuenta con 91 trabajadores, de 94 concebidos en la plantilla, y la tarea esencial recae en 77 mujeres, pues ninguno de los hombres cose.
Foto: Otoniel Márquez/ Generalmente cosen para las FAR
Producir uniformes de campaña y oficiales, pañuelos, sábanas, fundas para almohadas, abrigos y otras prendas para los órganos de la defensa en Cuba, es su objeto social. Sin embargo, también andan sus costuras por el Ministerio de Salud Pública (Minsap) y en la vestimenta de los obreros agrícolas de la provincia.
“Trabajamos en función de un plan de unidades físicas y en valores. La producción está en correspondencia con la demanda de prendas y los compromisos que asume la empresa”, explica Anabel Torres, administradora de la fábrica.
El salario promedio oscila en torno a los 600 pesos; además, reciben un estipendio para su alimentación. “El pago es por resultados; en esta unidad cada quien cobra por lo que sea capaz de producir, a razón de rapidez y cantidad de piezas”, añade Torres.
Cada persona tiene la responsabilidad de esforzarse de acuerdo con el flujo de fabricación de las brigadas, para lograr el mayor número de prendas posibles.
Según Arturo Suárez, jefe de producción, en el primer trimestre tributaron al 108 por ciento, con 26 025 unidades por encima de lo previsto, “gracias al oficio abnegado de quienes cosen para las FAR y el Minint.
“De lunes a jueves trabajan nueve horas, y el viernes ocho, con solo unos 15 minutos en la mañana, otros en la tarde para merendar y media hora para almorzar; el resto del tiempo están pegadas a la máquina”, comenta Suárez y señala hacia los aparatos que no paran de hilar.
Dificultades y anhelos
Sin embargo, las condiciones de trabajo no son las mejores. Un baño espera hace dos meses por latiguillos; mientras, las damas deben ir al de los hombres. “La brigada que hizo el baño lo entregó, y antes de la primera semana hubo que clausurarlo, pues tenía salideros”, asegura Torres.
Foto: Otoniel Márquez/ Las máquinas no paran de hilar en la textilera artemiseña
Las ventanas y las paredes aguardan por cambios, reparaciones y pintura. Formar parte del proyecto Por una cultura industrial al detalle no solo incluye que ya las muchachas tengan sillas nuevas y cómodas, sino también que las condiciones de trabajo favorezcan las “eternas” nueve horas sentadas.
Por estos meses de muchas lluvias, las ventanas deberían constituir prioridad para las autoridades correspondientes. Sin soslayar las vicisitudes que enfrenta el país, se torna imprescindible conjugar la calidad de las producciones con la calidad y confort en el área de trabajo.
Disponer de nuevas tecnologías en las maquinarias, que posibiliten mayor eficiencia en el ciclo productivo, supone otro de los sueños, quizá el más lejano en la distancia, de este colectivo, pero aun con dificultades y carencias las risas y el entusiasmo no faltan entre los trabajadores.
La fábrica no incurre en una reparación capital hace más de 20 años, y aunque se han dado escasos pasos las condiciones pueden mejorar mucho
Alicia, entre costuras
Tomar un buen café en la mañana, agradecer un nuevo día y saludar a todos por el camino. Luego llegar al trabajo. Entonces realmente empieza el día para ella.
Foto: Otoniel Márquez/ Alicia nunca dejará de ser maestra
Sus ojos azules no paran de iluminarse al ver cómo se juntan las partes que conforman un pantalón. Confiesa que nunca deja de sorprenderse cuando contempla que una pieza ha quedado bien, con buen terminado, porque ese es el verdadero deber cumplido.
Distingue por laboriosa y tenaz en este oficio que le suma 37 años de labor. Ha pasado por casi todas las áreas del taller y, aunque ahora se desempeña como jefa de brigada, Alicia Martínez adora estar en una máquina.
“La que más me apasiona es el área de producción, donde formas parte del proceso completo de formación de la pieza. ¿Mis preferidas? Las camisas de campaña oficial”.
El cariño y respeto que sus compañeras le profesan ha servido de motor impulsor para Alicia. “Si me dejan escoger algo me las llevo a ellas, lo mejor que me ha dado este trabajo”. Quizás esa misma admiración la ha incluido entre las delegadas a la Conferencia Provincial de la Central de Trabajadores de Cuba, próximamente.
¿Solo maestra de formación? En verdad Alicia nunca ha dejado de serlo, pues en el taller enseña, educa y, cada viernes, ya es costumbre inducir la reflexión con algún cuento corto que lee a sus trabajadoras.
Además, tiene dos nietas que han sido el mayor de los regalos de su hija. “Coser es mi oficio adorado, y mis nietas son mi tesoro más grande.
“¡Aquí me jubilaré! Y cuando lo haga será para dedicarles más tiempo a ellas”, dice con la seguridad de haber dejado el alma en cada costura, en cada camisa, pantalón, o en el complicado abrigo que no le gusta mucho coser, pero lo sabe necesario y lo hace.
Tal vez como otras colegas enamoradas de su quehacer de tantos años, y curtidas en el espíritu laborioso de la Fábrica 114, sospecho que luego Alicia seguirá punteando aun fuera de esas paredes, pues ya no podrá vivir sin ese sonido singular de la máquina de coser.